La revista Vinos y Caminos vuelve a patrocinar en 2019 el certamen literario Madrid Sky. Agradecemos a Antón Alonso, su director, el patrocinio del certamen, que comenzó en la IV edición. Vinos y Caminos es una revista fundada en 2015 dedicada por igual al sector turístico y al mundo del vino. Cubre un espacio publicando aquellas noticias que apenas tiene hueco en otros medios y poco a poco va ganando en reconocimiento dentro de los medios de comunicación.
En aquella primera ocasión que Antón Alonso asistió a la entrega de premios del certamen Madrid Sky, corría el año 2017, le preguntamos que si el vino y la literatura son una buena combinación. Antón Alonso nos respondió con una frase de Pablo Neruda, de su Oda al vino: “El vino mueve la primavera, crece como una planta la alegría. Caen muros, peñascos, se cierran los abismos, nace el canto.” Agradecemos de nuevo el patrocinio de Vinos y Caminos y deseamos de corazón que en la entrega de premios de esta VI edición pueda acompañarnos, al igual que hizo en 2017.
A continuación hacemos el mejor homenaje que se puede hacer a Vinos y Caminos, que es publicar el relato ganador del certamen del año pasado: Rigor Mortis, de Xuan Folguera Martín.
RIGOR MORTIS
Xuan Folguera Martín
Relato ganador del V certamen Madrid Sky
Tuve que irme a la cama para no flaquear. Las palabras que me escupió Sofía antes de marcharse habían sido tan duras y despiadadas que apenas podía mantenerme en pie. Sin embargo, algo me decía que, quizá, era lo mejor y que debía aceptar que lo nuestro –por fin– se había acabado. Esta vez, tenía que dejar que se marchara en lugar de llamarla o escribirle mensajes con el móvil suplicándole que volviera como había hecho antes.
Apenas pude pegar ojo esa noche, pero no flaqueé. Aunque la mañana me encontró todavía dando vueltas a las palabras de Sofía, no me acerqué al móvil. Quizá por eso, cuando me levanté somnoliento al baño y encontré al muerto, en un principio, lo achaqué a que todo había sido consecuencia de una alucinación por mi falta de sueño.
El muerto estaba sentado, apoyado en la pared del pasillo con las piernas dobladas y los codos sobre las rodillas. Con lo largo y oscuro que era el pasillo y el sueño que tenía, aún no entiendo cómo no me tropecé con él. Supe que era un muerto enseguida: lo delataba el olor a flores marchitas que le acompañaba.
Durante los primeros días, no le hablé a nadie del muerto. Aquella era la primera vez que me encontraba con uno. Tampoco era algo para presumir. Era consciente de que había mucha gente que los veía a menudo y también de que otros muchos son incapaces de verlos, a pesar de ser testigos de sucesos tan extraños como una repentina lluvia de sapos en el patio. Supongo que, estaba convencido de que, si lo ignoraba, se iría del mismo modo en que había llegado.
De hecho, solo se lo comenté a mi abuela cuando me enteré de que Sofía había rehecho su vida. O, al menos, lo estaba intentando con otra persona. La vi en la puerta del cine. De lejos. Yo salía del hipermercado con una bolsa de plástico llena de ambientadores para paliar el olor a flores marchitas que inundaba mi casa.
En su aldea, muchos aseguraban que mi abuela era bruja. Yo no lo sé. No entiendo de esas cosas. Lo único que sé es que siempre tenía consejos para todos. Para hablar con ella, tenía que acercarme al oído y gritarle, porque cuando enviudó, decidió quedarse, de forma voluntaria, medio sorda.
–Lo del muerto es cosa de la familia de tu abuelo. En mi familia nunca ha pasado –me dijo únicamente.
Un poco decepcionado –lo reconozco–, volví a casa. Aunque encontré de nuevo al muerto en el pasillo, debía de haberse movido: en su regazo tenía una caja de cartón con una pizza mordisqueada. Además, a su alrededor volaban decenas de moscas. No era el único cambio que descubrí: toda la casa estaba completamente desordenada, como si alguien se hubiera pasado varios días de fiesta. Le pregunté qué había pasado. El muerto me miró con sus cuencas vacías sin decirme nada. Sabía que tenía que ordenarlo todo, pero preferí acostarme. Aunque me tapé la cabeza con la almohada para aislarme, volví a escuchar las duras palabras de Sofía.
Por la mañana, me puse a recoger la casa. Me acordé de Sofía. Siempre la recogíamos durante el fin de semana. De todas las tareas, la que menos me gustaba era limpiar los baños. Aunque, desde que se marchó Sofía, nunca entré en el que ella solía utilizar, lo encontré sucio. El muerto debía de haber vomitado. En cuanto me puse los guantes para limpiarlo, comencé a escuchar música al fondo del pasillo. Alguien –o supongo que el muerto– había puesto a Chavela Vargas, de fondo. Me senté a su lado y me tendió la botella. El muerto me pareció mucho más agusanado que el primer día, como si se estuviera descomponiendo. Después de vencer el asco, pegué un buen trago a la botella. Era de tequila. Durante un buen rato, estuvimos bebiendo en silencio. De algún modo, intuía que aquella era su forma de despedirse de mí y que, en cuanto acabáramos la botella, el muerto aceptaría su situación y abandonaría mi pasillo.
Bases VI edición del certamen Madrid Sky