Esta última tarde de jueves, en el taller de creación literaria, hicimos una de esas actividades que más nos gustan, analizar textos. Estos análisis responden a la utilidad de verificar y contrastar los distintos recursos literarios que son usados en cada escrito fomentando el aprendizaje y la mejora continua de los miembros del Taller.

En esta ocasión hemos tenido la suerte de leer y analizar estupendos relatos de dos escritores que desde hace tiempo también son amigos de la Asociación Primaduroverales. Se trata de Patricia Collazo (que nos dejó para el análisis su ‘Antesala’) y Ernesto Ortega (con ‘La bala blanca’).

Amén del análisis ortodoxo, siguiendo los aspectos técnicos básicos como Tema, Narrador, Estructura, Hilos de trama, Tiempo, Espacio y Personares, por lo general los comentarios y opiniones del todo el grupo se extienden más allá y dan paso a debates que siempre resultan ilustrativos e interesantes.

Ayer no fue una excepción. Las dos horas del taller se pasaron rápido e incluso faltó tiempo. Así que, al margen de los tecnicismos antes aludidos, podríamos resumir los relatos de Patricia y Ernesto como brillantes en ambos casos. Vamos por partes:

Patricia Collazo, en ‘Antesala’ nos enfrentó a un debate sobre la ambigüedad entre la vida la muerte. Con una estructura, que alguien definió como en espiral, respondiendo a un uso del tiempo (algo caótico) como hilo conductor de una acción que transcurre en un espacio integrado y con tintes claustrofóbicos. Se sugiere una ensoñación que resulta, a la vez, muy verosímil, aunque la verdad está oculta, subyaciendo en un plano distinto a la literalidad del texto. El comienzo y el final (que por cierto dio mucho de sí en el debate) encierran los indicios de esa verdad, antes aludida, tratando de camuflarse durante el resto del texto y que el lector irá desvelando al compás de una acción que va tomando, poco a poco, un cariz esperpéntico.

Antesala‘ comienza así:

“—Después del triaje, no hay nada —murmura a su acompañante el hombre de abrigo sobre pijama de rombos.

—Tranquilo, papá. Ya nos llamarán —responde la mujer sin darle importancia a las palabras del hombre.

Después de cuatro horas de espera, su reflexión me parece casi el resumen de una postura ante la vida. Sin embargo, la hija sigue inmersa en la pantalla de su teléfono sin prestarle atención.

Yo creo que el hombre está más pálido que cuando llegó, si eso fuera posible.  En contraposición con su vecino, cuyo rostro tiene un aspecto cada vez más colorado, como si se hubiera masticado una guindilla y no quisiera escupirla por educación. A él también lo acompaña una mujer, que ya se ha levantado en tres ocasiones para reclamar, sin éxito, atención ante la ventanilla. Es una mujer ocupada. Todos en la sala nos hemos enterado. No puede perder el tiempo. Y exige una solución inmediata

Ernesto Ortega en la ‘La bala blanca’ nos describe cómo su personaje y narrador se hace a sí mismo una confesión vital durante un viaje de 100 metros, por el corredor de la muerte en una prisión norteamericana, pero que en realidad es un viaje por toda su vida. Una vida marcada por la envidia y la velocidad (por haber sido corredor de 100 m lisos, en un mundo que dominan los negros), en contraste con la lentitud de su último viaje hasta la meta final que ha de cruzar, la puerta de la sala de ejecución. Da mucho para meditar sobre el arrepentimiento tardío, cuando ya no hay solución o de vidas lastradas por decisiones equivocas. El relato podría contener tintes de literatura social, pero tratada con una inusual maestría para no generar debates estereotipados. Es un relato antiguo, según nos comentó el autor, y que resulta un ejercicio soberbio en el tratamiento del tiempo narrativo.

La flecha blanca’ comienza así:

“Cuando practicaba el atletismo, podía hacer los 100 metros lisos en 10,50 segundos. Hasta me dieron una beca para estudiar en la universidad. Era el blanco más rápido de la universidad de San Antonio. La bala blanca, me llamaban, pero ser el blanco más rápido de la universidad de San Antonio no debía de tener ningún mérito, porque al segundo año me quitaron la beca para dársela a algún negro menos inteligente que yo, pero mucho más rápido. No me importó, nunca hubiese llegado a profesional. No podía competir con los negros. De aquí al final del corredor habrá 100 metros, 120 como mucho. Las cadenas que me sujetan los tobillos pesan demasiado y no me dejan caminar con libertad. Me cuesta levantar los pies del suelo y tengo que arrastrarlos. Los pasos son cortos y lentos. Los guardias que me acompañan se adaptan al ritmo de mis pasos. En cada paso apenas recorro media baldosa: cada baldosa mide 30 centímetros: 100 metros, 330 baldosas, 660 pasos. Cuando corría, hacía los 100 metros en 160 pasos. Todos los pasos tenían que ser iguales. En cada paso tenías que recorrer la misma distancia para no perder el equilibrio y aumentar el ritmo progresivamente, pero los negros siempre acababan ganándome. Me equivoqué de deporte, tenía que haber jugado al baloncesto. Cuando nos sacan al patio, juego al baloncesto y no se me da mal.”

Y hasta aquí por hoy amigos. Reiterar las gracias a estos dos autores, Patricia y Ernesto, por haber asistido (de manera virtual, como manda la situación, a través de la pantalla) a una tarde de taller y hacernos pasar un rato tan interesante y, como siempre, poder aprender de ellos.

Por PDV

8 comentarios en «Unos amigos visitan el taller: Patricia Collazo y Ernesto Ortega»
  1. El taller del jueves me resultó muy interesante , además de didáctico , y tu crónica está al nivel de esta clase. Extraordinaria. Gracias José Miguel.

  2. Una vez más, y desde el blog, gracias a Patricia y Ernesto por dejarnos disfrutar tanto de ellos como de su literatura, de su sencillez y de
    su sabiduría. Ha sido un placer, un lujazo.

  3. Todas las tardes disfruto de nuestro taller, incluso en las que me toca tragar quina, pero esta ha sido una de las más especiales. La humildad de nuestros invitados de este jueves le da más mérito a sus excelentes trayectorias. Los que vivimos este mundo sabemos lo difícil que es llegar, no ya a las grandes masas, sino a tener una difusión significativa y lo importante que es apoyarnos entre nosotros. Muchas gracias por brindarnos esto momentos.

  4. Veo que fue una tarde muy fructífera, como siempre que nos acompañan autores. La lectura de la crónica (gracias José Miguel) me hace más llevadero el habérmela perdido.

  5. Tardes como la del jueves pasado, dan brillo a nuestro taller. Muchas gracias a Patricia y a Ernesto. Ahí nos dejaron sus cuentos como modelo de lo que es escribir bien.

  6. Fue un lujazo poder contar con estos dos estupendos escritores y desentrañar con ellos sus propios relatos, un privilegio, gracias Patricia y Ernesto.

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