Por: Pablo Frías

Cuando supe que me tocaba redactar la crónica en un día como hoy asumí que se trataba de un regalo envenenado. ¿Cómo estar a la altura de la efeméride? Descartada la pretenciosa idea de «imitar» el estilo cervantino, básicamente para no hacer el ridículo, anduve atento ayer a los relatos de los compañeros, convencido de que su buen hacer literario me facilitaría la labor de relacionar en algún momento sus trabajos con fragmentos del Quijote. Menudo ingenuo.                                                       

Estrenó la tarde Carlos Cerdán leyendo «Kamikazes«, un relato de la impaciente espera de un colectivo, preparado para su singular carrera por la perpetuación, y cómo su impetuosa salida es interceptada de inmediato por una barrera profiláctica insuperable. Debatimos sobre la omnisciencia de los espermatozoides y su capacidad para hablar desde el más allá. Sí, de los espermatozoides. ¿Y ahora cómo mezclaba yo el amor platónico hacia Dulcinea con una eyaculación?

«Nacemos y vivimos para esa única lucha en la que solo uno de nosotros, el más dotado, alcanzará el objetivo. El resto perecerá en el intento: es nuestro sino. Como salmones que luchan contracorriente para llegar a su destino, saldremos disparados en una carrera frenética en la que no hay marcha atrás«.

Siguió el cuento «Necrochucho» de Aitor Manero, una serie de conversaciones entrelazadas de WhatsApp entre un joven, dueño de un perro demasiado dormido, y su chica, su jefe, su padre y su grupo de amigos. Así, gracias a la maestría de Aitor en el uso de los recursos gráficos y las peculiaridades formales de la aplicación de mensajería, nos vamos situando en el germen de lo que parecía revuelta social pero deviene en apocalipsis zombi. O como Aitor lo llama, «una película de serie B». Lo que me faltaba, zombis amenazando a don Quijote. ¿Existirán los molinos de ultratumba?

«PÁRBULOS Y MAS ALLÁ

CHORCHE

Alguien sabe si hay manifestación o algo?

GUILLEN

Ni idea

CHORCHE

En mi calle hay un montón de gente

Aunque no hacen nada…

Flipo

Un tipo acaba de pelearse con un médico

CHABI

Se ha tirado sobre el

Como un puto animal

:O

CHORCHE

Y no aparece policía ni nadie…»

Llegó el turno de Juan Santos y «El Juramento«, otro relato colectivo sobre la reunión anual de un grupo de compañeros de quinta, a los que la edad y el alcohol empujaron a comprometerse en un juramento de difícil consecución. Como sólo tuvimos minucias que reprocharle en lo literario, le sugerimos que se embarcara en detallarnos la preparación de la caldereta que se comen o un mayor desarrollo de cómo el «beborreo» (feliz hallazgo de Juan para definir el incesante trasiego etílico) les desinhibe de su fracaso.

«Todo empezó cuando alguien dijo que en el mejor de los casos, siendo muy optimistas, nos quedaba aproximadamente un tercio de nuestra existencia. Eso nos hizo reflexionar. Llegamos a la conclusión de que había llegado el momento de ser nosotros mismos y no permitir que nada ni nadie organizara nuestras vidas. Ahora o nunca, dijimos y procedimos al juramento«.

Aunque el relato de Juan me permitía aludir, por ejemplo, a las bodas de Camacho, a esas alturas la crónica ya se me había puesto cuesta arriba y la perspectiva de que, tras el descanso, fuésemos a comentar un relato sobre indios americanos que se compran un coche descapotable no parecía el escenario más propicio  para enderezarla.

En efecto, la segunda parte de la clase nos ocupó en analizar «El descapotable rojo» de Louise Erdrich. Dos hermanos indios de la tribu chippewa compran un descapotable rojo que utilizan para sus desplazamientos y disfrutan durante largos viajes en los que profundizan su amistad. El alistamiento del mayor para combatir en Vietnam interrumpe su uso común y la experiencia de la guerra provocará que, tras su regreso, ya nada resulte igual, a pesar de los intentos del pequeño por recuperar a su hermano. El coche servirá entonces como estímulo de esa recuperación que, en una tarde como las de antaño, alcanzará su dramático final.

Manuel Pozo ya nos presentó a Louise Erdrich en esta entrada hace unas semanas. En el relato, la autora norteamericana utiliza un narrador en primera persona, el hermano menor, de cuyas palabras y, sobre todo, de sus omisiones se deduce, sin embargo, la historia del mayor, víctima de los estragos psicológicos que provoca la guerra en los supervivientes. El coche vertebra la relación hasta convertirse en instrumento de un final duro y sorpresivo aunque el relato se iniciara precisamente en ese momento culminante.

Merece mención especial el lujo que supuso contar con nuestra compañera Susana de la Higuera en el taller, traductora de Louise Erdrich, cuya experiencia nos permitió conocer detalles de este proceso de traducción concreto y las dificultades añadidas a un trabajo tan laborioso y delicado como desgraciadamente poco reconocido.

 «El viaje hasta allí fue espectacular. Cuando todo comienza a cambiar, a secarse y a clarear, te sientes tan bien como si tu vida empezara de nuevo. Y Stephan también sintió lo mismo. Habíamos bajado la capota y el coche zumbaba como una peonza. Lo había dejado como nuevo, incluso las cintas en los asientos estaban pegadas con mimo y en varias capas. No es que volviera a sonreír ni bromeara ni nada mientras conducíamos, pero me pareció que tenía un gesto más relajado y sereno«.

Sin embargo, ni las irónicas referencias a la vida de los indios en sus reservas podían asemejarse a las andanzas pastoriles en Sierra Morena ni las descripciones de los feroces ríos del norte de América encontraban resonancia en el modesto Guadiana y sus tranquilas, y muy bellas, lagunas de Ruidera. 

Tras una tarde con la derrota como hilo conductor de todos los relatos, ya había aceptado con resignación que esta sería una crónica fallida cuando mi sangre castellana me recordó, no en vano se conmemora hoy también el quinto centenario, ¡nada menos!, de la derrota de los comuneros en Villalar, que en el fracaso presente habita muchas veces el germen del éxito futuro.

O como diría Don Quijote, otro eterno derrotado, «para otro caballero debe de estar guardada y reservada esta aventura».

Pablo Frías

Por PDV

8 comentarios en «Una tarde de derrotas»
  1. Magnífica crónica Pablo!!! Además de dar una idea detallada de lo que hicisteis, provocando las ganas de haber estado allí, me has regalado una sonrisa durante toda la crónica, tan dulcemente regada con guiños de humor.
    Me ha encantado!!!

  2. En la derrota está la génesis de la sabiduría y tú lo puesto en evidencia a la perfección en tu crónica.
    Enhorabuena Pablo y gracias.

  3. Muchas gracias por la crónica Pablo. Desde luego en esta lid tú no has salido «derrotado» pues no habiendo estado presente en el taller me ha comunicado perfectamente lo que allí aconteció. Ademas de arrancarme más de una sonrisa. Lo de las crónicas se está poniendo dificil esta temporada.

  4. Muchas gracias Pablo, una muy buena crónica. Y no te preocupes, aunque de vez en cuando toca que las aspas de los molinos nos tiren al suelo, tú en este caso has salido bastante airoso.

  5. Alucino, vecino -así, en lenguaje cervantino poco gentil-, con las oportunísimas derivas de abordar las crónicas. Estáis los cronistas a cual mejor en la disposición de escribanos. Felicidades, Pablo, y a todos los demás.

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