Por Alberto Jesús Vargas. Finalista del VIII certamen de relatos Madrid Sky
El primer recuerdo que aún conservo de los libros no tiene que ver con la lectura, sino con su presencia como meros objetos. En la casa de mi infancia, a la que no le sobraban metros habitables, ocupaba su espacio un viejo mueble biblioteca que llevaba incorporado, como formando parte de él, una extensa colección de novelas encuadernadas en una tela de un azul índigo al que el tiempo le fue dejando un leve tono pajizo.
Aquellos libros viejos que nadie leía, nos resultaban a mi hermano y a mí, que todavía andábamos en la edad de los tebeos, idóneos para materializar nuestra fantasía en juegos compartidos. Gracias a la rigidez que le proporcionaban sus tapas duras, podíamos convertirlos en vagones de tren, sillares de muralla o pisos para apilar en una competencia por la torre más alta.
De entre todas aquellas novelas de idéntico formato y títulos impresos en un dorado de tan añejo casi cobrizo, había una que declaré maldita: “La mano del muerto”. Desconociendo por completo su contenido, aquel título era capaz de despertar en mí un terror que se imponía sobre todos los demás y que tenía que ver con los territorios de ultratumba. Tanto era así que si de noche tenía que pasar por algún motivo justificado e ineludible junto a la estantería donde aquel ejemplar reposaba, lo hacía a toda velocidad y siempre con la luz encendida, incapaz de sobreponerme al temor de que aquella mano difunta, a la que yo otorgaba vida propia e imaginaba helada y pálida, me agarrase del cuello o del tobillo y me arrastrara a ese más allá tenebroso donde habitan las almas en pena.
Pasó el tiempo y cuando ya tuvimos edad para empezar a darle a aquellos libros su uso adecuado, éstos ya no estaban. Resultaron tan deteriorados por nuestros juegos que casi todos acabaron en la basura. Uno de los que se salvó fue aquel que me hizo descubrir en mi edad preadolescente lo que es la literatura, “El conde de Montecristo”. En sus páginas encontré el sabor de la aventura y de la emoción, la injusticia, la venganza y el perdón. Edmundo Dantés se convirtió para mí en el más grande de los héroes de ficción y Alejandro Dumas (padre), en el mejor escritor del mundo. Ignoraba entonces que en realidad tan complejo y hermoso relato, que fue publicado en 18 entregas a lo largo de dos años, no era una obra suya en exclusiva sino escrita en colaboración con Auguste Maque al que Dumas pagó una fortuna para que le cediera la totalidad de derechos sobre la misma. Se cuenta que la forma de trabajar con la que ambos funcionaron durante años fue siempre la misma, Maque estructuraba la novela y la escribía en un primer borrador y posteriormente Dumas le daba esa forma literaria que la convertía en éxito.
No recuerdo cómo, pero el entusiasmo provocado por aquella obra apasionante me llevó a averiguar que ésta tenía una segunda parte, publicada algunos años después de acabar de publicarse la primera y atribuida al mismo autor, aunque, esto lo supe mucho después, en realidad escrita por otro colaborador de Dumas, el portugués Alfredo Possolo Hogan. En ella podría leer como Benedetto, su protagonista, hijo de una de las víctimas de la venganza del Conde de Montecristo, profanando la tumba de su padre, jura vengarle, siendo los avatares en el cumplimiento de este propósito, la trama principal a lo largo de la cual irían apareciendo personajes que ya intervinieron en la obra precedente.
Siguiendo el rastro de esta prometedora novela, tan deseada en aquel momento por mí, recordé que la misma había formado parte de nuestra vieja biblioteca ya perdida y lamenté muchísimo haber maltratado tanto aquellos libros cuyo valor real en el momento de nuestros juegos infantiles, mi hermano y yo no éramos capaces de apreciar. Pero sobre todo, me enojé muchísimo conmigo mismo al darme cuenta de que el libro que tanto anhelaba, el libro que ansiaba conseguir y disfrutar, no era otro que aquel del que tiempo atrás tantas veces hui despavorido y cuyo título, ahora que me había convertido en ávido lector, me resultaba tan enigmático como sugerente: “La mano del muerto”.
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Alberto Jesús Vargas, nació en Málaga y reside actualmente en Madrid. Licenciado en Psicología, ha trabajado como funcionario de la Administración de Justicia habiendo pasado a la situación de jubilado voluntario recientemente. Aunque siempre ha estado interesado por la literatura y fue un escritor impenitente durante su juventud, sobre todo de poesía, retomó la disciplina de escribir con regularidad hace pocos años, al descubrir el microrrelato y la posibilidad de difundirlo a través de internet. Ha conseguido algunos reconocimientos en dicho género, como el Premio al mejor microrrelato en el Certamen de Microrrelatos del Diario Sur de 2016, 2º premio en la 2ª edición del certamen “Cien Palabras en el Metro” organizado por Metro de Málaga, premio al mejor microrrelato en el III Concurso Literario de la Casa de Aragón en Madrid, finalista anual 2019 de Relatos en Cadena de la Cadena Ser y ganador de dicho concurso en 2020, entre otros. Asimismo, ha sido finalista en el certamen Madrid Sky 2021.
Sobrecogedora esa mano tenebrosa, valga la rima. Habrá que leerla aunque sea por puro masoquismo. Gracias Alberto.
Gracias por la recomendación, Alberto. El conde de Montecristo es una novela eternamente pendiente en mi lista.
Curioso saber que Edmundo Dantés tenía una continuación, gracias por la recomendación !
Yo también desconocía su existencia. Has conseguido abrirnos el apetito en la búsqueda de esa mano.
Gracias Alberto.
Qué.bien llevado lo cotidiano de la niñez. Ya nos contarás de esa mano, queremos más.
Una gran historia a partir de otra gran historia.Gracias por compartirla con nosotros, Alberto.
Buen relato, Alberto y qué bonita la relación que tejes entre los libros y la edad de los personajes.
La infancia, la literatura en la viejas estanterías, los recuerdos, en fin. Gracias Alberto y un placer tenerte como compañero de taller!!