Por: Paco Plaza

Tenemos a Yahvé (sacado del relato “el psicoanalista” de Carlos Cerdán)  junto  a una buena señora que acaba de morir (recién salida del relato “La Habitación” de Dolores Gil); en los asientos de detrás están  dos mujeres y un niño (Carmen, que con su hijo Manuel, se ha tomado un descanso de la novela con ucronía de Luis Marín y una señora mayor muy triste y melancólica que viene del relato “La muerte en blanco” de Lourdes Chorro).  Un poco más atrás  nervioso, sin saber si tiene que sentarse o si se tiene que marchar está Sergio, un joven que se ha caído de la novela  “La revanchas de las tuercas” de Pablo Frías.

—¿Qué tal te ha ido con el psicoanalista? —le pregunta  la señora muerta a Yahvé.

—Pues no sé qué decirte. Me aconseja que vuelva con mi hijo, que puede que tenga no se qué complejo de padre de superhéroe, para afinar el diagnóstico. Mira lo que me ha soltado:

“ …Es evidente: viene al mundo para  combatir el mal y salvar a la humanidad, crece lejos de la casa de su padre en un lugar solitario donde desarrolla sus habilidades con el maestro Jo Sé, que imagino será un maestro shaolín …

—Pues vaya —le dice ella muy compungida.

—Le aclaré que el padre era maestro carpintero. Yo no sé qué es eso del shaolín.

—Pues yo tampoco, he estado mucho tiempo encerrada en una habitación sin salir a la calle, igual es una salsa —contesta la fallecida.

—¿Toda su vida metida en una habitación? —se interesa Yahvé.

—Era la habitación del miedo. Una mujer estaba atrapada dentro. Paralizada, no tenía la capacidad y el valor suficiente para escapar. Soñaba con adentrarse algún día en aquel bosque encantado de la mano de los niños de papel que parecían esperarla cada día.

—Y esa mujer era usted, claro.

—Sí, un hombre me maltrataba y mi único consuelo era soñar con los niños y el bosque dibujados en el papel pintado; y salir a la calle. Aunque lo de salir a la calle no les gustó mucho a unos que yo me sé.

La señora Carmen se inclina sobre la fila de delante y pregunta:

—¿Saben quién actúa hoy?¿Los Primaverales o los Duros?

—Los Duros, los Duros —contesta Yahvé muy seguro de sí mismo.

—Bien —dice la señora Carmen—, así los que lo hemos pasado tal mal últimamente nos podemos consolar un poco con el sufrimiento ajeno, y no lo digo solo por usted señora muerta sino por mí y mi hijo que acabamos de pasar un mal trago en medio de la Guerra Civil. Fíjense qué episodio nos acaban de hacer pasar:

“El calor se iba haciendo sofocante, María no paraba de quejarse del cansancio y Carmen decidió parar para beber un poco de agua a la sombra de un olivo. Se alejaron unos metros de la carretera para encontrar resguardo. Un ruido de motores alertó a los caminantes. Los coches redujeron la velocidad al acercarse a uno de los grupos y vocearon algunas consignas. El coche que cerraba el convoy se detuvo y de él descendió un hombre con la camisa azul para dirigirse al hombre de la familia que, hasta que pararon, iba detrás de Carmen. No podían oír lo que hablaban, pero vieron cómo la conversación subía de tono y se acurrucaron muy quietos. Un instante después se oyó una detonación. Sólo quedaron los gritos histéricos de una mujer y unos niños y el motor de un coche que se alejaba.”

—Yo también lo he pasado mal —dice la señora triste—; cómo una liviana libélula atrapada en la viscosa baba de una rana lánguida. Me vendrá bien regocijarme y chapotear en las lágrimas de un pobre desventurado. Si no, miren de dónde vengo:

“Un rayo enciende los árboles del parque que la cobijan. Un rayo cercano que parece que fuera a atravesarla El estruendo del trueno en sus oídos la obliga a abandonar el banco, a retomar el camino. Este otoño seco en las puertas de un invierno, lo quemará todo. Los glaciares no podrán derretirse de nostalgia. Las lágrimas se perderán en los desagües, en los filtros de las depuradoras. Reflejo de estrellas en charcos de agua negra. Remolinos de recuerdos recostados sobre el tiempo. Esta noche la luna se atragantará entre tanta nube.”

—¡Atención que va a empezar la función! —anuncia la fallecida.

—Mira Manuel —se entusiasma la señora Carmen—. Han metido la rueda de metáforas podridas, el saco de epítetos estériles y la mesa de pérdida de foco. Hoy nos vamos a divertir.

Los verdugos aparecen desde el fondo del escenario arrastrado a Pablo Frías y le atan fuertemente a la rueda de tortura.

—¿Vas a continuar con tu novela?

—Sí, sí, —grita el pobre Pablo.

Al final de la sala Sergio  ha quedado aterrado, no puede soportar ver sufrir a su creador, le gustaría ir a ayudarle, pero toma la decisión de irse  participar en un juego de rol con los amigos.

De repente aparece entre bastidores un señor ya metido en años con el aspecto de acabar de fumarse un Cohíba con un copazo de Luis Felipe.

—¡Don Cayetano! —grita Sergio, que ya estaba junto a la puerta de salida.

Don Cayetano se aproxima a Pablo, que se retuerce en una mueca de dolor,  y mientras le arrea bofetadas del derecho y del revés como si estuviera encalando un tabique le suelta:

—Tú a mí no me vas a hacer parecer un viejo condescendiente con las clases bajas, ¿entendido? ¿Qué es eso de que le confieso mis intimidades sin más a un mindundi? ¿Eh? Te vas a enterar.

Y el señor mayor le recuerda aquello de: “Don Cayetano titubeó por un momento. Esa ligera muestra de debilidad me reconfortó. Estaba senil pero era humano.”

Cuando termina de aliñar la ensalada de guantazos Don Cayetano regresa por bambalinas y los verdugos continúan con su labor hasta el final de la función, al apagar las luces echan al foso el maltrecho cuerpo de Pablo aún con vida y  diciendo con un hilo de voz:

—Continuaré, continuaré,….

Yahvé, las señora muerta, Carmen, el niño Manuel y la mujer melancólica se retiran conversando animadamente —Sergio se fue hace ya un buen rato—; hablan de ir a tomar algo a una terraza cercana.

—¿Sabes que quieren cerrar la Escuela de Adultos de La Casa del Reloj? —le pregunta la señora Carmen a Yahvé.

—¿No me digas? —responde el Sumo Hacedor — pues vaya estupidez más grande. No, si me he lucido Yo con mi creación estrella; no me extraña que haya terminado en el psicoanalista.

Por PDV

8 comentarios en «Una crónica difícil de titular»
  1. Afortunadamente tu imaginación no ha quedado atrapada en la viscosa baba de una rana lánguida.
    Magnifica crónica es el título adecuado.
    Gracias Paco.

  2. Esta vez el turno de estar sembrado ha sido de Paco.
    Después del jueves, viene ahora la postclase a la que estamos enganchados. Felicidades, grupazo.

  3. Qué manera de hilvanar personajes y qué relato tan bien cosido!!!! Recostada en el diván de los acertijos he descubierto que el psicoanalista eras tú Paco
    GRacias por la crónica

  4. Tras un fin de semana intenso, por fin he leído la crónica. Suscrito todos los comentarios anteriores. Paco, lo que toca, lo hace bueno.

  5. ¡Bravo, Paco! Este excelente ejemplo de metaficción ( o quién sabe si metarrealidad ) merece un título, vaya que sí. Yo te sugiero «Auto(r) de fe». Gracias por la crónica.

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