Sergio Torres Alonso, en nombre de la academia Heisenberg, patrocinadora del segundo premio del certamen Madrid Sky, entregó el segundo premio al escritor leonés Carlos García Valverde. Carlos García Valverde mantiene una página web dedicada al diseño gráfico y a la literatura www.garciavalverde.wordpress.com y otra dedicada a la defensa del idioma español www.sacandolalengua.tk. Ha obtenido varios premios literarios de importancia, como son, entre otros, el Villa de San Fulgencio y el concurso literario casino obrero de Bejar. Sorprendió con un relato ambientado en una estación de tren y un lenguaje muy rico y preciso.
Te dije que volvería
Carlos García Valverde
Segundo premio de la V edición Madrid Sky
Tuve que irme a la cama para no flaquear, una vez hube arrojado a la papelera aquella carta extemporánea que acababa de recibir esa misma mañana y que había leído y releído ya al menos una veintena de veces en el transcurso del día. Juré que no regresaría jamás a San Javier Estación, y ahora, que estoy precisamente leyendo el nombre del villorrio en el letrero alicatado del apeadero (a duras penas, ya que el tiempo inclemente ha causado la deserción de buena parte de los azulejos), estoy casi seguro de que he cumplido mi promesa. Porque esto ya no es aquel poblado paupérrimo donde pasé mi infancia y buena parte de mi adolescencia, y que creció, como yo mismo, de forma desordenada en derredor del apeadero, ennegrecido por el hollín de las locomotoras, aturdido por el traqueteo de los vagones, obligado a existir, como la propia estación, por la cercana cantera, con la servidumbre de proveer de techos a los jornaleros, en un caso, o transporte para la piedra y la greda, en el otro.
Ahora mismo, el edificio de la estación sólo es una carcasa decrépita y huera, un gran sarcófago vacío en cuyo interior anidan los arrejaques y parecen aún resonar los ecos de viejos adioses. Del caserío circundante, apenas quedan algunos residuos de mampuestos, tejas y vigas resquebrajadas, diseminados por todas partes. Me resulta difícil incluso reconocer el espacio que ocupaba nuestra casa, cuyos límites difusos, exiguamente marcados por las trazas de los antiguos cimientos, entreveo ahora entre el polvo y la broza. No muy lejos, se vislumbra la montaña herida, el gran tajo que dejó la extinta pedrera, como una enorme cicatriz casi obscena sobre el paisaje. Por todas partes, el silencio, sólo roto ocasionalmente por los gritos alocados de los vencejos. Cuando alguien decidió dejar de tarazar el macizo y se cerró la cantera, tanto el apeadero como la aldea circundante dejaron de tener razón para existir, y comenzó el éxodo inapelable.
El día que se marchó mi padre lloré mucho, y él, antes de subir a uno de los últimos trenes, en misión de avanzadilla familiar por ver de procurarnos el sustento en otro lugar más próspero, me prometió que volvería y me traería un tren de juguete. Pero nunca lo hizo. Durante mucho tiempo tuve una pesadilla recurrente, en la que yo seguía la vía del ferrocarril, en busca de mi padre, hasta un punto en que los raíles, mutilados, sangraban por sus férreos muñones.
Un buen día, ya con el poblado casi vacío, vinieron unos hombres, ahuyentaron a las locomotoras y arrancaron los raíles, dejando sólo un áspero torrente de balasto, un loco e incomprensible caudal de piedras reptando hacia ninguna parte. Entonces, por alguna razón carente de lógica plausible, supe que mi padre nunca regresaría.
Malvivimos, pero sobrevivimos sin él. Por eso, cuando pude desarraigarme de este maldito sitio, juré que nunca volvería. Hasta que recibí el mensaje, una breve misiva citándome en San Javier Estación en este día y hora, sin más explicaciones. Finalmente, la intriga pudo más que la incredulidad; rescaté la escueta carta de la papelera, y aquí estoy.
Los adoquines del andén, cuarteados por las intemperies, crujen bajo mis pies cuando me dirijo al edificio de la estación. Al levantar la vista, veo el reloj bifronte que antaño calibrara la salida y llegada de los convoyes. Hoy, desprovisto de saetas, no señala ya ninguna hora, o quizá las abarca todas. En el momento que entro en el ruinoso edificio, una bandada de pájaros espantados sobrevuela veloz mi cabeza y, con chillona algarabía, alcanza el exterior a través de los vanos de puertas y ventanas, perdiéndose en el azul límpido del cielo. Una vez restituido el silencio, descubro al fondo del vestíbulo una figura sombría, sentada en uno de los pocos bancos que aún resisten la comezón impía de la carcoma.
Cuando me acerco más y mis ojos se habitúan a la penumbra, veo que es un viejo con aspecto contrito, la cabeza gacha, el aire vencido. Entre sus manos rugosas tiene una pequeña locomotora de hojalata oxidada.
“Te dije que volvería”, repite una y otra vez, como una salmodia antigua.
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[…] obtuvo en junio de 2018 el segundo premio de la V edición del certamen Madrid Sky con el relato Te dije que volvería. Recogió el premio del patrocinador del segundo premio, la Academia […]