Hacía un día de mierda, un auténtico día de mierda. Podría devanarme los sesos pensando en otra palabra más académica, más correcta políticamente, podría haber dicho un día desapacible, un día desagradable o un día destemplado, pero no, la realidad es que había amanecido un auténtico día de mierda. Era miércoles, amaneció lloviendo, hacía viento, frío, las calles estaban encharcadas, los atascos eran descomunales, por la tarde había jornada de liga y la seducción de quedarse en casa viendo un partido de fútbol era muy fuerte. Por otro lado los líderes de los partidos políticos andaban debatiendo e insultándose durante dos días seguidos por los platós de televisión solicitando el voto con palabras vacías. Pintaba mal.
A las siete de la tarde no podía llover con más fuerza. Fue un coñazo llegar hasta allí. Pero era el Día del Libro, y los libros, y la literatura, desatan su magia en los momentos más necesarios. Al abrir la puerta Antonio J. Huerga recogía el paraguas de los que llegaban mientras Charo Fierro extendía la alfombra para que el visitante se encontrase más cómodo. El espacio, con sus paredes rodeadas de libros, ofrecía de pronto una impresión cálida, como si estuviera regalando un abrazo inmenso al recién llegado. O como si los libros, todos a la vez, le saludasen. Por todos lados había caras conocidas, caras sonrientes, amables, de amigos que se habían juntado en grupitos como si fueran racimitos de uvas. Y ellas cuatro estaban sentadas a la mesa, en un rincón muy acogedor de la sala, y no se las veía porque estaban rodeadas de amigos, de libros y de flores. Y de cariño, de mucho cariño. Entonces Antonio J. Huerga comenzó a hablar y arrancó una sonrisa a todos los que estábamos esperando, y habló el editor, y Carlos Carro en una defensa acalorada del arte y de los libros, y estos comenzaron a bailar en una tarde que hizo olvidar la lluvia, el viento y el frío.
Dieciséis relatos, cuatro de cada una. Cuatro de Mercedes, cuatro de Blanca, cuatro de Lourdes y cuatro de Carmen. Y un prólogo delicioso de Yolanda que describe la génesis del libro y por el que nos podemos enterar de que el origen de todo estuvo en la novela El departamento de especulaciones, de Jenny Offill. Entonces Mercedes leyó con su voz apresurada un párrafo, Blanca otro con su voz grave, Lourdes superó su timidez y casi pidiendo disculpas nos regaló un fragmento de un relato y Carmen cerró las lecturas con su voz serena. Y Yolanda se puso en pie y la pudimos ver entre la gente, discreta, desapercibida, generosa, como ella es. Y me pareció de pronto que había salido el sol, y el agua, el viento y el frío me parecieron una cosa del pasado. Me sentí afortunado por estar allí, por oírlas hablar, por oírlas leer, y me entraron unas ganas insaciables de devorar Sobremesas manchadas de café y tinta. ¡Cuánto me gustaría haber estado en una de esas sobremesas! Era, sin duda, el Día del Libro. ¡Y el de ellas!
Manuel, se me había olvidado lo generoso que eres cuando se trata de hablar sobre tus compañer@s; aunque, tratándose de estas cinco mujeres, todo lo que se diga es poco. El artículo que les has dedicado, mejor dicho, que nos has dedicado, es genial; como todo lo que escribes. ¡Bravo!, ¡bravo! y ¡bravo!
Miguela
Sí, al fin fue un buen día del libro que superaba y nublaba a todos los días de mierda del mundo que nos rodea. Buena crónica.
Bonita crónica Manuel para una tarde que estuvo plagada de libros, reencuentros y fotos, sin olvidar a las cinco protagonistas que estuvieron estupendas.
Bonita y conmovedora crónica Manuel. Gracias por hacerla con tanto cariño. Mil gracias también a todos los que creasteis aquella cálida atmósfera en un día de tantos charcos que ni las ranas se atrevían a saltar y vosotros las saltasteis.
¡Preciosa crónica, Manuel! Has descrito con soltura la tierna atmósfera del evento y el gran gran gran cariño y respeto hacia las autoras, que allí se respiraba. Yo también me sentí agradecida de estar allí. En el día del Libro y en cualquier día.