José Ramón Vázquez fue el ganador del segundo premio de la I edición del certamen de escritura rápida ARGALIBRO, celebrado el 27 de abril de 2019 en la primera Feria del libro de Arganzuela, con el relato titulado El tratamiento. La entrega de premios se realizó a las siete y media de la tarde, cumpliendo el horario previsto, ante una buena afluencia de público, en el escenario montado por la organización para los actos dedicados al Día del Libro en Arganzuela. Como particular homenaje de la asociación Primaduroverales a la literatura publicamos a continuación el relato ganador del segundo premio.

EL TRATAMIENTO

José Ramón Vázquez

Segundo premio I certamen de escritura rápida ARGALIBRO 2019

 —“¡Hija, dime de una vez, ¿Qué fecha es hoy?!

La funcionaria y la psicóloga me miran con cuarto y mitad de compasión y el resto de falsa sensación de seguridad mientras mi mano, afectada por unos temblores que marcarían un ocho en la escala de Richter a pesar de los ansiolíticos, firman el documento de alta. Él, en cambio, no transmite nada con los ojos. Leo la angustia, leo la desorientación, pero no termino de creérmelas del todo. Sé que está ahí, todavía ahí, aunque no lo parezca.

—27 de abril, Luis. Te lo dijimos esta mañana —responde la psicóloga—. Hemos estado haciendo ejercicios, el tratamiento no tiene efectos inmediatos. —Se dirige ahora a mí, hablándome como si él no estuviera delante— pero le puedo asegurar que los comportamientos violentos del pasado han sido completamente erradicados ya. Las conexiones neuronales se irán restableciendo poco a poco y con ellas se perderá la sensación de desorientación.

Nos acompañan hasta el coche, mi padre aferrándose al codo de la funcionaria como un escalador colgado de un barranco pensando que en cualquier momento va a precipitarse al vacío. Los jardines de la institución están llenos de pacientes que, como él, miran al mundo con los ojos de un niño para el que todo es nuevo. Con delicadeza impropia de su tamaño, la funcionaria lo mete en el coche que ha pedido por el asiento del copiloto.

No recuerdo si alguna vez he montado en coche contigo sin estar yo al volante, me dice pasados unos minutos. Yo me muerdo la lengua para no responder que ahora los coches son como él. No hay nadie al volante. Pero solo sonrío y miro al infinito, intentando cada vez con menos éxito contener las lágrimas.

Mi electrocardiograma se desboca cuando cruzamos el umbral del apartamento y creo intuir un brillo de reconocimiento en su rostro, pero tan pronto como aparece se va.

—Esta… ¿Esta es nuestra casa?

—Sí papá. Ven, te enseño tu cuarto.

Se queda un rato mirando los recuerdos que decoran las estanterías. Trofeos de pesca, fotos de su juventud en el pueblo, una camiseta firmada por su jugador favorito del Atleti. A veces frunce el ceño, otras, simplemente se desliza por ellas sin detenerse ni un momento. Luego, con un cuidado que nunca tuvo, deshace su pequeña maleta, dejando toda su ropa en los cajones con una naturalidad que a mí me da ganas de gritar.

—Hija, sé que es pronto, pero allí nos mandaban muy pronto a dormir y para mí ha sido un día muy intenso. ¿Te importa que me vaya a dormir?

—No papá, claro que no.

Al salir cierro los tres candados y doy dos vueltas a la llave. Luego me voy a la cocina y me sirvo un vaso de vino hasta el borde. Me siento en el sofá del salón y miro hacia su puerta, esperando que en cualquier momento intente abrirla. Que intente escapar.

Sé que no dormiré esta noche. Ni probablemente nunca. Por mucho que me aseguren que el tratamiento ha sido un éxito, no me fío. Él sigue allí. Y aunque a mi pobre madre ya no puede hacerle nada, a mí podrá volver a venir a visitarme todas las noches.

Por PDV

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