Por: María Sánchez Robles
Si el suyo es un caso típico de “neurosis vacua, angustia, aburrimiento vital y apatía orgánica”, como lo era el del último personaje futurista de Vicente Moreno, ha dado con el blog oportuno y con la actividad que le quitará de un plumazo esa dolencia tan de nuestro tiempo. Pero si, sin embargo, no padece nada de esto, y su actitud es más bien la de sonreírle a las nubes, dejar pasar en el supermercado a las personas que llevan solo dos o tres artículos y ceder el asiento en el metro*, esta también es su bitácora, y la creación literaria, posiblemente, uno de sus espacios de recreo.
19 horas: ya estamos todos sentados sin mirar el móvil. Es este un lugar en el que el teléfono no se consulta durante dos horas, pero no porque no se nos permita, sino porque durante 120 minutos no hay nada más importante que la literatura. Se dice pronto, sí, pero es una información que se mastica despacio, ya que hoy en día es difícil dar con una actividad que concentre tanto la atención y te mantenga embelesado por más de media hora. ¿O no me digan que nunca han estado en el cine y han sido testigos de pantallitas que les deslumbraban justo cuando los protagonistas se besaban? Por no hablar del teatro, donde los smartphones se han convertido en un paisaje habitual del patio de butacas, cual estrellitas titilando en la negrura de la noche (esto si estás en el paraíso dominando la escena y los móviles).
Que pare el mundo, que yo me bajo. Ese podría ser el eslogan de nuestro taller, al que te invitamos a subirte y a embarcarte en la aventura de construir una wiki de relatos. En la tarde del jueves otro de nuestros compañeros, Carlos Cerdán, llegó a su sexta wiki con Una cuenca vacía, y nos entretuvo, como siempre hace porque es un magnífico hilador de historias. Su pericia para emplear el narrador homodiegético (esto es, que cuenta la historia de otros) y para rescatar a los personajes de sus anteriores cuentos que habían quedado sueltos nos demostró que, aunque uno se haya puesto trampas al definir y acotar demasiado a sus protagonistas, la coherencia es un objetivo viable. Bien por Carlos, pese a que ahora le toque acometer la difícil tarea de corregir (y la de escribir un relato sobre “zombis chinos”, pero esto ya se desvelará en próximos capítulos).
El siguiente en leer y dejarnos boquiabiertos fue Carlos Valle-Inclán, que aunque cumple años cada día está más joven, con esa cara traviesa y aniñada que nada tiene que ver con la que todos tenemos en nuestra memoria sobre su conocido ancestro. A veces Pura se resiste, y nos brinda un análisis sobre nuestros cuentos que en un correlato gráfico tendría más que ver con las instrucciones de Ikea que con un retablo cristiano, pero el jueves sus palabras fueron pura claridad: el relato de Carlos, Una vecina observadora, nos metió a todos en el bolsillo por su “altura narrativa, su rico lenguaje logrado con palabras sencillas, su brillantez y sus personajes magistralmente presentados en acción”. Valle-Inclán reconoció entre bastidores (léase cañas) que este cuento le había quitado el sueño… ¡pero esperamos que la lectura del jueves se lo haya devuelto! (y sus hijos lo respeten).
Olga M. Torralba entró en escena tras el descanso, y en tan solo 8 o 9 párrafos nos llevó a los infiernos, pero encima, a los dulces infiernos. Esta vez será distinto es un relato que si se describe se incurre en spoiler, así que lo mejor es tener la oportunidad de deleitarse con él y saber que su lectura produce ese “gustirrinín” propio de las obras con “pastel final”, como El sexto sentido, Los otros, Vértigo o tantas otras películas que dejan para los últimos minutos una caterva de interjecciones tales como “oh”, “ah”, “¿eh?” para finalizar en “¡guau!”.
La tarde terminó con ¡Oh happy day!, de Vicente Moreno, con el que habíamos empezado esta crónica. Un compañero que este año está sacando punta al lápiz y nos está haciendo pasar tan buenos ratos como el del jueves. Se me olvidó preguntarle si se hallaba en estado de gracia cuando lo escribió, ya que fue capaz de incluir hasta tres calambures en tres idiomas diferentes (“Adiós a Dios”, “Nous avions des avions” y “A place to go? Togo”) sin forzar la máquina ni usar el popular artilugio del calzador, tan de moda últimamente entre los miembros del taller para conseguir colar en los relatos aliteraciones, prosopopeyas, paradojas, calambures y demás figuras retóricas.
Sí, ya sabemos que todo en la literatura debe tener un sentido y nada debe ser accesorio, pero también sabemos que el teléfono móvil es una lata y lo miramos hasta en la ducha… Así que para los que se preguntan por qué el ser humano es tan paradójico y contradictorio, este taller también está recomendado por nueve de cada diez farmacéuticos.
¡Por cierto, un paréntesis! El 21 de marzo analizamos Otra vuelta de tuerca, de Henry James, el maestro de la digresión, ¿te animas?
*Sepa usted que está en peligro de extinción.
María S. Robles
Da gusto leer las crónicas de María. Es como alargar las tardes del jueves un poquito más. 😉
Preciosa crónica compañera. La semana que viene no me la pierdo. Ni la otra, ni la otra…
Cómo me gustan estas crónicas y revivir las tardes del jueves desde la visión de algún compañero/a, como ésta de María. Gracias.
¡Muchas gracias, chicos! 🙂
Aunque tarde, me sumo a los comentarios. María, cada vez escribes mejor y no se puede echar la culpa a tu actual estado, antes de eso también escribías cada vez mejor.
Qué delicia de crónica
Extraordinaria crónica. Me dan ganas de crear calambures a todas horas.
María, hasta ahora no había encontrado el rato… Podríamos titular tus crónicas a partir de ya en «Delicias de María», por lo de la repostería, o mejor «Delicias de María y Manolita». Son dulces a la par que exquisitas, es decir: deliciosas.
Preciosa crónica, María, y que nadie piense que es pura ficción