Por: Alicia Gallego
Este largo confinamiento nos afecta a todos de una manera u otra. Cada cual lo manifiesta a su manera y los diarios que escriben mis compañeros son una muestra. Ahí nos damos cuenta de sus estados de ánimo, de cómo van llevando el día a día. Sus renglones están llenos de preocupaciones, alegrías, emociones, recuerdos, poesía, ingenio y hasta de reivindicaciones. La lucha diaria.
A María le preocupa el tiempo, no sólo el atmosférico, (ya no sabemos qué ponernos) que recuerda en cada uno de sus cumpleaños, sino también el cronológico (seguimos sin saber qué ponernos). Pero el tiempo que más le preocupa es el de este confinamiento, en cómo le estará afectando a su pequeña, a nuestra pequeña, Laira que acaba de cumplir su primer añito. Tranquila, María, el tiempo juega a su favor.
“Día 10” (María Sánchez Robles)
«El mejor jefe que he tenido y que seguramente siempre tendré ha sido José. Además, me encanta ese nombre, tan sencillo, tan de buena persona (seguramente la religión ahí tiene que ver). Hoy me he acordado mucho de él porque estuvo haciendo una tarta de zanahoria en su casa, con su novia, como la que durante varios años de trabajo solía llevar yo para mi cumpleaños. Me envió algunas fotos y, bueno, el resultado es que era la primera vez que hacía la tarta. Ya le saldrá mejor las próximas veces.
Tengo una idea bastante clara del tiempo que hacía cada día de mi cumpleaños a lo largo de los años, que es el 16 de marzo. Generalmente hacía mal tiempo, lluvia o mucho frío. Yo siempre albergaba la esperanza de poder ir al instituto con la cazadora vaquera, pero todavía era demasiado pronto para esa prenda. A medida que fueron pasando los años, sobre todo en estos últimos, la temperatura cada año parecía más cálida que el anterior. Incluso comenzaba a plantearme hacer un picnic en el Madrid Río para celebrarlo, y definitivamente la ropa con la que solía ir el día de mi cumpleaños al trabajo empezaba a ser primaveral, vestidos de flores y manga corta, sobre los que llevaba una rebeca bajo un abrigo ligero. Ahora, como trabajo desde casa, esos vestidos llevan bastante tiempo colgados en el armario.
Llevo unos días en que vuelvo a fijarme mucho en el tiempo que hace, y me parece que este año la primavera que estamos teniendo es la que teníamos cuando era pequeña. Llueve y no hace tanto calor, no están haciendo días de quererte quitar todo y ponerte al sol como un lagarto. Ese cielo gris, o blanco, con el que está amaneciendo un día tras otro me trae a la memoria la infancia. Y estoy muy contenta por tener tan presentes aquellos recuerdos de miel, frío y azúcar. ¿Será que la reclusión está devolviendo a la naturaleza su capacidad para ser?
Curiosamente el tiempo que hace parece afectarme más dentro que fuera del hogar. Cada día miro el volar de las nubes, el sol ponerse, lo plomizo del cielo o el granizo que hace asustar a Laira. Hoy he salido a tirar la basura y, al sacar las deportivas del zapatero, Laira ni se ha inmutado. Al comienzo de este encierro se ponía nerviosa, levantaba la cabeza para mirarnos como si se preguntara si vamos a salir y si la vamos a llevar con nosotros, gateaba o corría hacia la puerta y había que tener cuidado con no pillarle los dedos al cerrar. Pero ahora ya no reacciona. Creo que en su corta vida de consciencia, o de un poco más de consciencia, salir ya no es significativo. No lo hacemos. No está en su rutina, no lo echa de menos.
Pues yo sí. Tremendamente. ¿De qué pasta están hechas las personas como Nelson Mandela? Supongo que de las de Laira, supervivientes, adaptables, camaleónicas»
Cruz del Valle ha traído a su memoria recuerdos de juventud , y en ese viaje a tiempos pasados, nos ha llevado por el jardín de Mercedes lleno de flores preciosas, hemos caminado por entre barrios que nunca antes habíamos visto, y hemos paseado por las huertas de su Valencia natal. Hemos sentido el olor a azahar y nos hemos hecho mayores, porque algo ha cambiado en nosotras en este trayecto.
“Un día cualquiera” (Cruz del Valle)
«Mi amiga Mercedes me envía fotos de su jardín. Han florecido las calas, los lirios azules, las aves del paraíso. En un pequeño video se ve la agitación de las hojas de un bosquecillo de bambúes y se escuchan los trinos misteriosos de los pájaros afanados en despertar la mañana y pagar su tributo a la vida.
El jardín de Mercedes termina en una de las acequias que riegan las huertas que se encuentran un poco más allá. Ese jardín decimonónico siempre me pareció hermoso. Y unas huertas llevan a otras, las colindantes a las que daban las tapias de mi colegio.
Decidimos un día hacer el camino desde valencia al colegio andando los 6 o 7 kilómetros que los separaban y recorríamos habitualmente en autobús escolar. Fijamos un punto de reunión, las y desde ahí salimos caminando, un puñado de chicas de 15 años, felices de nuestra aventura a pesar del madrugón y pertrechadas no solo con las carteras, sino también con comida para el “viaje”. Una foto nos muestra apiñadas alrededor de una barra de pan que mordíamos alborozadas por sus extremos.
Recuerdo la excitación y la alegría con que emprendimos la caminata. No sé quién estableció la ruta, qué conocimientos tenía la que la diseñó pero sí sé que atravesamos unos suburbios miserables que nunca antes habíamos visto. Recuerdo la sorpresa cuando cruzamos aquella orla de miseria que, seguramente, acalló nuestras voces y risas por un rato y nos enseñó lo poco que conocíamos de nuestra ciudad y lo pequeño de nuestro mundo en cuya aparente armonía y perfección ya se empezaban a abrir grietas. Luego la sensación maravillosa de hacer rodar la tierra con tus propias pisadas, la activación de nuestro cuerpo y nuestra sensibilidad con la enérgica marcha mañanera y la llegada al colegio por un lugar inédito a través de las huertas. Recuerdo el despertar de la huerta, el sol ya iluminándola con su luz oblicua, la tierra arada y dispuesta en surcos de algunas parcelas, el rocío sobre las hojas de las plantas de otras y el movimiento de labradores, carros y bestias que se dirigían perezosamente hacia sus labores.
Así que hoy he salido de casa dos veces, una al jardín de mi amiga, otra a mi paseo huertano de hace siquisientos años»
A Juan Santos, que, según Fer (Luis Jiménez) es un hombre muy de aire, muy de tierra, le ha dado por hacer limpieza, una limpieza a fondo. Armado con una bayeta y un limpiador multiusos ha convertido una escena cotidiana en un texto brillante, aunque según parece, se ha quedado con ganas de hacer una limpieza más concienzuda. Otro día, Juan, pero no te olvides que te quedan pueblos por limpiar.
“La enciclopedia de los pueblos” (Juan Santos)
«Hoy, por ser sábado, ha tocado profundizar un poco más en la limpieza del hogar. Hemos corrido el sofá y levantado las sillas para pasar mopa por todos los rincones. Después, con un paño impregnado de limpiador multiusos, hemos quitado el polvo por detrás del televisor y de los portarretratos del mueble. Y ya puestos, mientras mi mujer repasaba las puertas y las sillas, yo me centrado en limpiar la librería. Limpiar la librería a fondo, tiene lo suyo. Hay que dejar todos los libros encima de la mesa grande y, una vez limpias las baldas y dada la vuelta para que no cojan forma, volverlos a colocar.
Me he tirado toda la mañana, porque antes de colocar cada libro su lugar, les he soplado y les he pasado un paño por los cuatro costados, sobre todo por la parte de arriba que es por donde más negros están. La mayoría los tengo de adorno, como los veinte tomos de la enciclopedia Larousse, y varias colecciones de cuando era socio del Círculo de Lectores. Llevaba un buen ritmo de limpieza, hasta que he llegado a un libro que tenía olvidado. “Enciclopedia de los pueblos de España”. Lo encuaderne con fascículos que daban con el periódico “Diario 16” hace mil años. Ahí me he quedado clavado, pensando en todos los pueblos. Ha cruzado varias veces mi mujer y no ha tenido más remedio que de decirme: Qué poco te cunde… ¿quieres que te ayude? No, tú sigue con lo tuyo. A la siguiente vez que me ha visto, se ha acercado a mí, para ver qué hacía.
Es verdad, me cunde poco. Estoy limpiando todas las hojas de este libro, una por una. Todos estos pueblos están contaminados y voy a ver si los desinfecto. Estás loco, me ha dicho. Haz lo que quieras, pero deja ese libro para el final y coloca todos los demás.
Y eso he hecho. Luego sin prisas, he seguido un rato más limpiando la enciclopedia hasta que mi mujer ha insistido: ¡déjalo… es sólo es papel! Agradezco que me haya sacado de mi paranoia. He cerrado el libro y lo he colocado en su sitio, mucho antes de llegar a limpiar mi pueblo. Pero que conste que yo estaba dispuesto a limpiar las 1.200 páginas«
Luis Marín está preocupado por su madre, por su salud. Hoy va la cosa de pensar, dice como si fuera un propósito, y piensa en los otros, en los mayores afectados por el virus, en los que andan encerrados entre rejas, en la capacidad del ser humano para adaptarse a las circunstancias. Con la imagen del atardecer nos lleva a pensar en el paso del tiempo, del suyo y del de todos.
Jornada 4 (Luis Marín)
«Ayer me dormí pensando en mi madre y en todos los mayores cercanos que se ha visto afectados por este virus maldito. En los otros, también. Hoy me he levantado con el mismo pensamiento.
Releo este inicio y me pregunto qué me pasa. Estoy más cerca de los sesenta y cinco que de los sesenta, o sea que he estado pensando en mí mismo. Me sonrojo por el egoísmo de mis pensamientos.
Esta atardeciendo cuando me siento a escribir estas líneas. Miro el reloj y veo que son las siete y media todavía con luz solar en la calle. En el horizonte del parque de San Isidro se marca la línea anaranjada que deja el sol que acaba de ocultarse. Y pienso que cuando salgamos de este encierro, el sol nos acompañará más horas aún. Y sonrío pensando que cuando la semana que viene cambiemos la hora, nos ventilaremos una hora de confinamiento con un movimiento de agujas. En los chismes electrónicos esos que nos rodean, ni eso. Si los miramos, saltarán sesenta minutos en una fracción de segundo. Pero eso pasará la semana que viene.
Hoy la cosa va de pensar. Pienso en los que se pasan una buena parte de la vida encerrado. En los presos que no tienen el privilegio de ver el paisaje y la extensión de los campos o los parques. En el protagonista de “Trinchera infinita” o el uno de los personajes de “Los girasoles ciegos”. Y cómo no, en los que están en un hospital, en una UCI o en el pasillo de las urgencias. Eso si son encierros comparado con lo nuestro.
Ahora se habla de la capacidad del ser humano para adaptarse. Yo lo sé desde hace mucho. Y también sé que esa capacidad se puede ver mermada por la introspección negativa, por mirarnos el ombligo en demasía y no empeñarnos en afrontar los problemas y buscarles solución. A veces, dejamos que la desolación nos impida luchar sabiendo que con perseverancia siempre vamos a ganar.
Pero qué sabré yo. Puede que ni siquiera sepa pensar. ¿Cómo es posible caer en una depresión, si sabemos que es tirarse a un pozo sin fondo? Pues nos deprimimos. De que iban a comer si no Olga y sus colegas, pienso.
Y me acostare pensando en mi madre, en lo flojita que se está quedando y en el estrecho margen de maniobra que nos queda. Y me alegraré de poder pensar en lo flojita que está, porque estará»
Paco Plaza, con esa capacidad que tiene para fabular con cualquier cosa y de contar un drama con humor, nos tiene enganchados a sus personajes. Su protagonista perdido en sus soledades. Clodoviro a su bola y el poto….Tal vez conviniese ponerle una tila en el agua de riego. Se dijo ayer que la pelusa y el poto son como voces de su conciencia, aunque José Miguel afinó más y convirtió al protagonista en ventrílocuo. ¡Ahí es ná!
“Anotaciones en el calendario” (Paco Plaza)
«Se acaba el mes de Abril. Miro el calendario de la cocina, el grande, dónde apunto las citas, las actividades, los compromisos, esa es mi agenda, unas anotaciones con rotulador en un calendario de cocina. Esta absolutamente vacío, solo los números en sus correspondientes recuadros, nada más, no es que hubiera gran cosa en otros meses. Miro enero: una quedada con antiguos compañeros del trabajo, el cumpleaños de un familiar, dos días con entradas para el teatro, un día a la semana el curso de historia del arte del centro cultural. Visto de lejos enero me parece que fue un mes bastante animado. Abril es como un desierto. Eso no me va a pasar en Mayo. Cojo el rotulador rojo y bien grande apunto “Regar el poto” todos los lunes y jueves. Bueno, ya Mayo parece otra cosa. No se me ocurre nada más, Clodoviro no tiene necesidades, se las apaña el solo, bueno, se las apañaba porque su apelmazamiento creo que le imposibilita cualquier movilidad. Ahí está, en el mismo rincón desde hace dos días, cada vez más negro. Se me ocurre que podría apretarlo mucho mucho hasta convertirlo en una especie de roca, o un diamante. ¿Te gustaría convertirte en un diamante? Le pregunto. Noto que el poto se estira, me va a decir algo, lo sé. Estoy tan acostumbrado a sus insultos que si no me suelta algún improperio lo echo de menos. Los niños ya pueden salir a la calle —trato de mantener una conversación—. Lo han dicho por la radio, a mí me parece bien —continuo—. Pero solo una vez al día. Los perros pueden salir hasta tres veces. Es mejor ser perro que ser niño. Eso es por lo de hacer sus necesidades. Si los niños hicieran sus necesidades en la calle igual les dejaban salir tres veces. ¿Y qué me dices si los viejos también nos pusiéramos a cagar en la calle? Eres más tonto que el besugo que se fue de cañas —suelta. Me reconforta que esta vez se haya quedado en un leve “tonto”. Pongo la televisión en el momento en el que está hablando el presidente del gobierno, junto con unos datos estadísticos en el que figura la cifra de 23.000 fallecidos oigo que dice “misión cumplida”. Apago la tele porque me ha dado una especie de nausea. Sé que no queda nada ni en el frigorífico ni en la despensa. La última vez en el super solo había unos paquetes de una especie de pan negro y algunas latas de sardinas, picantonas decía en la caja, en la cena supe por qué eso no se lo había llevado nadie. Aún así me lo he comido todo. Tengo que volver a salir, y no me hace ninguna gracia. Me animo pensando que, tal vez, hoy pueda comprar pan Bimbo y Nocilla. ¿Ves para qué te sirve no haber hecho en toda tu vida el más mínimo esfuerzo por cocinar? —pregunta el poto—. El cabrón me lee la mente. Me visto. Me cubro la cabeza con una bolsa de basura en la que he hecho un par de agujeros para los ojos, aunque no consigo ver por los dos a la vez, me pongo los guantes esos que me ponía cuando hacía mucho frío. Me los quito porque con los guantes no me puedo poner el abrigo. Me pongo el abrigo. Me pongo los guantes. Me los quito porque no puedo abrir la puerta con ellos puestos. Noto que se agitan las hojas del poto. Abro la puerta. Cierro. Me doy cuenta de que me he dejado los guantes dentro. Abro la puerta. El poto grita: eres lo más imbécil que ha pisado la tierra desde la primera vez que una perca salió del agua. Cojo los guantes y cierro la puerta. Me pongo los guantes. Alguien baja por las escaleras. Me quedo parado. Joder, qué casualidad, pienso. Trato de colocar la bolsa de basura para ver por ambos ojos a la vez, es un repartidor que cuando me ve se da la vuelta y sube por donde ha venido pero mucho más deprisa de lo que estaba bajando. Espero. No vuelve. No sé qué hacer. Me decido a seguir y llego al portal sin encontrarme con nadie. Salgo a la calle. Hace un poco de aire, la bolsa de basura se mueve y pierdo la visibilidad. Me quito la bolsa de basura. Llego al super. Está cerrado. Es domingo»
No tengo más que añadir, cada uno que saque sus propias conclusiones.
Alicia Gallego
Gracias, Alicia. Una crónica muy detallada y completa.
Estupenda Alicia. Me la guardo también , por si un día me toca hacerla a mi, tener referencias de calidad. Gracias.
Menuda crónica, Alicia. Es prácticamente una recreación directa del taller virtual del jueves. Gracias a todos por tanto trabajo y tan bueno.
Una señora crónica, sí, señor, ¡no habrás podido descansar nada después de tus diarios de viaje! Un abrazo y gracias por este fiel reflejo de lo que ocurrió.
Gracias Alicia. Muy concienzuda.
Una buena colección de diarios, da gusto releerlos.