Mañana tendremos en el taller de creación literaria de nuestra asociación a dos escritores muy queridos y muy reconocidos, especialmente en el mundo del microrrelato. Se trata de Ernesto Ortega y Patricia Collazo. Ernesto Ortega fue el ganador de la X edición del certamen Relatos en Cadena, Patricia Collazo ha sido finalista anual en cinco ocasiones.

Patricia Collazo fue la ganadora del VII certamen Madrid Sky. En octubre pasado publicamos en nuestro blog una interesante entrevista en la que puedes conocer mejor a esta autora. Hoy publicamos una colaboración que ha escrito especialmente para Primaduroverales.

   

¡Que le corten la cabeza!

Una colaboración de Patricia Collazo González

La época por excelencia para la lectura era la de las vacaciones de verano. No recuerdo por qué siempre asocié vacaciones con lectura. No creo que siendo pequeña no tuviera suficiente tiempo como para leer durante el curso escolar. Tampoco creo que no se me permitiera. Pero lo que sí sé con seguridad es que la expectativa de la proximidad de las vacaciones significaba para mí, tiempo para leer y releer.

Porque eso hacía en verdad. Leía, pero también releía. Había un grupito de libros de mi biblioteca poblada de tomos amarillos de la colección Robin Hood, que cada verano releía en el exacto orden en que estaban ubicados. Esto es, por mi estricto criterio de preferencia. De mayor a menor.

Supongo que la colección Robin Hood fue popular solo en Argentina. Se trataba de libros para niños, que te hacían sentir mayor.  Tenían pocas ilustraciones y mucho lugar para la fantasía dentro. Allí conocí a Julio Verne, a Salgari, a Mark Twain, Louisa May Alcott y muchos otros. Fueron para mí las primeras novelas “de verdad”. Libros “largos”, que leía sola y por placer.

El primer libro, el que ocupaba el privilegiado lugar de la izquierda en mi biblioteca de relectura veraniega siempre fue el mismo. El resto fueron cambiando su ordenación, y hasta saliendo y entrando de esta selecta hilera. Pero el primero, no. El primero sigue estando allí, aunque haya pasado mucho tiempo desde que he dejado de practicar mis relecturas de verano. Ese privilegio fue para “Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas”, de Lewis Carroll (seudónimo de Charles Lutwidge Dodgson).

No necesito preguntarme por qué. Alicia me cautivó desde la primera vez que lo leí. Todo era pura fantasía en ese mundo de disparate y lógica ilógica. Porque las cosas pasaban por una lógica casi algebraica y a su vez eran sorprendentes e inesperadas.

Me encantaban los acertijos a los que Alicia iba enfrentándose en su recorrido. Acertijos cuya respuesta conocía después de tantas lecturas. O no. Porque en Alicia nunca se sabe lo que va a pasar. Cada vez que lo lees, puede que pase algo distinto.

Para esa niña, mezcla de futura escritora y amante de las matemáticas, adentrarse en el mundo de Alicia era descubrir hasta dónde se podía llegar con la imaginación, y trasvasar a su vez esa barrera.

Me reía con el gato de Chersire y sus ocurrencias, con una merienda de locura de la que me sentía invitada porque en verano cualquier día era mi no cumpleaños, con las adivinanzas de una oruga que fumaba (me pregunto si hoy en día en un cuento infantil esto sería políticamente correcto). También me solidarizaba con la pobre marquesa y su bebé cerdo, con los naipes que aterrados ante la autoridad de la reina intentaban pintar un rosal blanco, con los animales flotando en un mar de lágrimas. Y me daban miedo las apariciones de la caprichosa Reina de Corazones que mandaba decapitar a cualquiera que le cayera un poco mal. Tal vez, de tanto verme por allí, husmeando, terminara un día por señalarme con su dedo y gritar su eterna muletilla: “¡Que le corten la cabeza!”

Lo cierto es que me pude zafar del despotismo de la reina. Andar metida con Alicia en su mundo, no me costó la cabeza. Me la abrió. Me hizo ver una orilla lejana a la que brazada a brazada siempre quise llegar. La de cautivar a otra persona con una historia inventada. Eso le debo a Alicia, y a su reina caprichosa y cruel.

Aún hoy, cuando corro de aquí para allá en jornadas de trabajo frenético, obligaciones, horarios, me imagino como el conejo blanco que con su reloj de bolsillo en la mano, siempre creía estar llegando tarde a todo.

Aún hoy, cuando las cosas se complican hasta doler, pienso que todo es un sueño. Y a veces, no todas, acierto.

A Patricia Collazo González, cuando de pequeña le preguntaban qué quería ser de mayor, respondía que sería escritora. Se convirtió en escritora estudiando informática. Combinó ecuaciones diferenciales y relatos, derivadas matemáticas e historias con derivaciones, bytes y palabras, bits y vocales. Muchos años después ha publicado dos libros, Intermediarios abstenerse y Sinestesia general, un libro de microrrelatos, género que se ha convertido en su especialidad, como lo demuestra el hecho de que ha conseguido llegar cinco veces a la final del certamen Relatos en Cadena, de la Cadena SER y Escuela de Escritores. Cada día pone más y más letras de pie desde su página laletradepie.com.

En 2020 ha obtenido el primer premio de la VII edición del certamen Madrid Sky con el relato Soy lo prohibido

Por PDV

2 comentarios en «Patricia Collazo y Ernesto Ortega en el taller de creación literaria Primaduroverales»
  1. Yo también le quedo agradecido a Alicia y la Reina de Corazones por hacer que nos cuentes historias que nos hagan olvidar las prisas del conejo.

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