El día que conocí a Manuel Valcárcel fue mi primer día en el taller de creación literaria de la Casa del Reloj. Yo no conocía a nadie, no sabía de qué iba aquello de la creación literaria, así que entré en la buhardilla, vi las sillas dispuestas en U y me senté en una de la derecha, cerca de Pura, la profesora. Poco después apareció un hombre y me dijo que ese sitio era el suyo, que aquí todo el mundo tenía su sitio adjudicado. Era la primera persona de aquel grupo que se dirigía a mí. Era Manuel Valcárcel.
Un par de meses después me tocó leer mi primer relato en clase. La boca se me secó de repente, el mundo se me hizo enorme y los folios me temblaban en la mano. Pensé que no llegaba al final. Manuel Valcárcel tomó la palabra e hizo una crítica despiadada de mi lectura. Dijo que no podía criticar el relato porque no había entendido nada de lo mal que había leído.
Manuel era gruñón, y con unos antecedentes como los que he contado parece imposible que la relación entre nosotros fuera buena. Sin embargo, guardo un gran recuerdo de él, y sí, conseguimos mantener una buena relación. La última vez que le vi fue unos días antes de presentar mi libro, Violeta sabe a café, en marzo de 2017. Me llamó, dijo que quería verme y que le llevase el libro. Quedamos a tomar un café. Iba acompañado de su esposa, Lola Millás. Los dos me mostraron su apoyo incondicional, aunque me dijeron que no podrían asistir a la presentación porque se cansaban mucho en estos actos. No saben Manuel y Lola lo mucho que se lo agradecí. Aquel café ha dejado un imborrable y dulce recuerdo en mí.
Hace un año que Manuel Valcárcel falleció. Me enteré de su muerte muy tarde, hace apenas dos o tres meses, bien entrado el año 2019. Desde entonces tenía ganas de escribirle a Manuel, de rendirle un pequeño homenaje. Y lo mejor que puedo hacer hoy por él es publicar el relato de su libro Primaduroverales, el libro que ha dado origen a lo que somos hoy. Gracias por todo, Manuel.
Muñecas
Un relato de Manuel Valcárcel
El tren ha salido de un oscuro túnel. Una niña negra mira y remira, sin pestañear, a la niña blanca que viaja frente a ella. Una y otra abrazan fuertemente a sus muñecas. La de la niña negra es una pepona fea. Tiene cara de fieltro, cuerpo de aserrín, una gran calva en el despeinado pelo castaño a la altura de la frente, y unos ojos redondos pintados, tan expresivos como los de la niña misma. Se ve que, con prisas, le ha puesto un vestido descolorido muy largo.
En la otra muñeca resaltan, sobre la porcelana, unos ojos azules que parpadean con el traqueteo del tren. Mirando de reojo, observa la reacción de la niña negra y pasa su mano con gran delicadeza por el larguísimo pelo rubio de su muñeca, o levanta la falda y alisa la blanca ropa interior.
Hay un momento en que las dos niñas no apartan su mirada la una de la otra, mientras las muñecas parecen sonreírse. El tren entra en otro túnel. Cuando sale de nuevo a la luz, las niñas han intercambiado las muñecas.
Autores del libro Primaduroverales. Manuel Valcárcel está agachado. Es el segundo por la izquierda.
Decía Lola, la esposa de Manuel Valcárcel, que él era de filias y fobias respecto a la gente. Lo corroboro. Es verdad que algunos compañeros sufrieron sus desaires, pero cuánto nos hemos reído con Manuel en clase, mucho, muchas veces, muchos años. La ironía y el humor eran su grandeza. Un bonito gesto este de recordarle en el blog. En la foto de este post ya nos faltan dos: Fernando López-Díaz y Manuel Valcárcel. Es lo único malo de los grupos que se mantienen durante tantos años. Ambos en nuestro recuerdo para siempre.
Era todo un personaje Manuel Valcárcel. Guardo un recuerdo muy entrañable de él y personalmente aplaudo tu iniciativa de brindarle este pequeño homenaje. Gracias Manuel Pozo, gracias Manuel Valcárcel.
Qué gran idea la de rendir un homenaje a Manuel Valcárcel!. Yo también sufrí (y disfruté mucho) su carácter. Gracias, Manuel (Pozo),