No comprender el mundo tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Las ventajas son todas de orden moral; los inconvenientes, sin excepción, de carácter práctico.

Juan José Millás, El País 3/9/2010

Por Alberto Palacios Santos.

No sé cómo se apareció Millás en mi vida, o si fui yo el que se mezcló en la suya, no sé. Quizás lo encontré un día en la biblioteca de la Casa de las Conchas al ir a buscar a otro autor cuyo nombre empezara por M ¿a quién diablos buscaría yo por la eme?, o en un taller de relato tratando de hallar a alguien que me diera alguna pista sobre mi propia vida. No… ya lo recuerdo, a Juanjo Millás lo trajo mi padre, trabajador en una imprenta de Salamanca a la que se llevó la crisis por delante y que, cuando llegaba a casa por las noches, me traía libros (recién salidos de la máquina offset, con olor a tinta o retirados, con taras que hacían imposible su venta), libros de toda clase y condición que iban cayendo como pequeñas bombas en mi vida pequeña, en mi yo de entonces, adolescente, caótico, hambriento de conocer el mundo… y así, de forma azarosa, entre novelas, ensayos, poemarios, catálogos y prospectos llegó a mis manos Papel mojado de Millás. Estaba incluido en una colección para jóvenes de la editorial Anaya, le habían dado la categoría de novela policíaca, llevaba ilustraciones de Viviana Fuentes y un extenso apéndice (Millás diría que el libro sufría de apendicitis) que también leí porque entonces yo lo leía todo, y que me descubrió las interioridades de un cuerpo oculto y palpitante tras las páginas del aquel volumen de tapa dura.

¿Por qué me quedé con Millás? ¿Por qué desde entonces me dediqué a buscar su nombre en los estantes de la biblioteca y en los artículos de El País? ¿Por qué sus libros empezaron a ocupar mis estanterías y sus obsesiones se empezaron a mezclar con las mías? Quizás, y esto lo pienso ahora, porque en los artículos, en los cuentos y en las novelas de Millás la literatura no es solo entretenimiento, no es una falsedad, quizás porque en las historias que propone está nuestra cotidianidad vista desde otro ángulo, quizás porque, por intrincadas o increíbles que sean sus tramas, están llenas de verdad, y la literatura, y esto lo sabemos todos los que vivimos en ella (y no de ella), está hecha de verdad.

Dice Constantino Bértolo Cadenas en ese apéndice final de Papel mojado: “El tema, que debe encerrar el cauce y la clave de todo el relato, lo que late debajo de todo su desarrollo, es la diferencia entre lo que se quiere ser y lo que se es, es decir, las relaciones entre la apariencia y la realidad, y, por tanto, la razón de ser de la literatura.

Yo seguramente aún no lo sabía, pero ahí estaba la llave (la clave), ahí estaba la puerta de entrada a la literatura y el camino (laberíntico, difícil, lleno de rodeos, de paradas y de descosidos) para entrar en la vida desde la puerta de la ficción. Porque… ¿cómo caminar por la vida siendo uno solo? ¿cómo avanzar o retroceder en los días sin ser consciente de las diferencias entre lo que eres y lo que quieres ser? ¿cómo caminar por el mundo sin saber nadar en las procelosas (¿qué querrá decir eso de procelosas?) aguas que hay entre la apariencia y la realidad?

Nadie nos va a dar respuestas categóricas, seguramente porque no las hay, pero autores como Millás, y otros muchos que nos han acompañado en ese camino, nos presentan historias y personajes que sufren y disfrutan de esa cualidad, que caminan por un mundo que son muchos mundos que, a pesar de estar despistados, desorientados, perdidos y abrumados son capaces de enseñarnos esa cara b de las cosas, los patios traseros, el interior de los artilugios, las ciudades subterráneas que hay bajo nuestras ciudades de piedra, los armarios empotrados que se comunican entre sí, la aventura inmensa de un viaje en metro, el descubrimiento del universo desde el tragaluz de un sótano en un barrio de Madrid.

Uno de los personajes de la novela Dos mujeres en Praga dice: La red invisible sobre la que se asienta la realidad estaba dejando demasiados hilos al descubierto y en todos ellos me enredaba yo.

Millás es un cirujano que extrae y expone en su narrativa esos hilos, ese lado oculto de las cosas y confieso que, en muchas ocasiones, he salido a la calle y entrado en los libros en busca de esos hilos, de esos azares en los que enredarme, de esa conciencia que puede experimentarse en un día de fiebre, o tras las palabras sordas e incompletas de nuestros vecinos, o en los mapas de países que aparecen en las manchas de humedad de nuestras paredes.

¿Cómo no acercarse a los mundos que propone Millás?, ¿Cómo no aceptar el reto de mirarlo todo con ojos de artista, o de niño, o de loco? De su mano podemos hacer un paraíso de una ferretería, un viaje homérico de un trayecto hacia la estación de Ríos Rosas o saber salir de una fiesta como el que sale de un viaje al centro de la tierra.

Hay tantas frases, tantos diálogos, tantos recortes de Juan José Millás que tratan de colarse en este texto que solo voy a dejar pasar la primera frase de Papel mojado, de esta novela policíaca en la que el lector acaba siendo parte de la trama, de esta mezcla imprescindible entre la realidad y la ficción que nos permite a todos seguir caminando.

“Recuerdo una frase leída en algún sitio y repetida luego hasta la saciedad: lleva cuidado con lo que deseas en la juventud, porque lo tendrás en la edad madura”. Ojalá aún estemos en el tiempo de los sueños, ojalá todos vosotros, amigos de Primaduroverales, podáis seguir soñando en medio de la literatura, que es un fin en sí misma y que nos ha acercado. Gracias por mirar el mundo con otros ojos, gracias por vuestra pasión, por buscar esos hilos de la realidad

El salmantino Alberto Palacios Santos obtuvo el tercer premio en la V edición del certamen Madrid Sky con el relato Los vecinos y fue primer finalista en la II edición con el relato The woman in the window. Es un apasionado de la literatura y del cine, y también es autor de teatro.

Alberto Palacios Santos

www.estenoesotroblogsobreliteratura.blogspot.com

 

 

 

Por PDV

3 comentarios en «Los hilos de la realidad. Sobre Juan José Millas.»

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