Pocas veces hemos visto a un concursante tan contento como vimos a Miguelángel Flores el día que ganó el VI certamen Madrid Sky. Su cara irradiaba felicidad, se le dibujó una sonrisa enorme y a todos los que estuvimos cerca de él nos transmitió un poquito de esa felicidad y esa alegría que emanaba a borbotones de él. Luego demostró que es una persona agradecida, muy agradecida. Recibió con una alegría tremenda la publicación de su relato y, unos días más tarde, la grabación de un podcast con su relato, El amor por la ventana, en el magnífico blog Avozencuento, administrado por nuestro compañero José Jesús García Rueda.

Pero la vida no sonríe a todas horas, y cuando le pedimos una colaboración a Miguelángel Flores estaba pasando por un momento muy duro a causa de la enfermedad de dos familiares directos. No podíamos saber la circunstancia tan dolorosa que estaba atravesando nuestro, podemos decirlo ya, nuevo amigo. La vida ha golpeado con dureza esta vez con una de esas sacudidas que dejan mella para siempre, y le ha dado un bocado tremendo a parte de esta alegría que Miguelángel transmite. Sin embargo, él no ha querido faltar a su palabra y nos ha enviado su colaboración. Ha escrito esta vez con el corazón, con tristeza, con dolor, pero ha escrito lo que quería escribir, la verdad que le ha salido de dentro tal y como la ha querido contar. Cada palabra de este artículo está desgarrada por el dolor, por eso es necesario valorar la importancia de esta colaboración por su inmensa generosidad y por su hondura, porque está escrita desde un lugar desde el que muy pocas veces podremos escribir. Nuestro deseo es que la literatura sirva para devolverle poco a poco a Miguelángel Flores esa sonrisa que, por ahora, le ha quitado. Gracias, Miguelángel. Gracias, amigo.

LORCA ERA MARICA

Por Miguelángel Flores

Lo dijo tal cual el Cefe, uno que era muy guapo pero muy chulo y muy borde y muy imbécil y muy cabrón. Iba un curso más arriba. Yo no tenía nada contra él, pero él sí todo contra mí. Lo dijo estando en el recreo de la mañana. Y yo, que acababa de abrirme una pantera rosa, estuve a punto de tragármela con papel y todo para que no me delatara. Al final, opté por esconderla bajo la bufanda y avisé a uno que tenía al lado, que ni era amigo ni nada, que iba al lavabo. Y allí me la comí despacio, apretando el envoltorio en un puño y sin dejar de pensar en lo que había soltado el Cefe: Lorca era marica.

Yo de Lorca hasta entonces conocía lo poco que salía en los libros de texto del colegio. Recuerdo algunos poemas como “El lagarto está llorando” o “Romance de la luna”. Aunque aún no sabía de lo importante que era para él esa luna. Más tarde llegaría Manzanita con su “Verde que te quiero verde”, que yo tarareé a todas horas con mis hermanas, y que puso banda sonora al Lorca que ya anidaba a “tutiplén” en mi cabeza.  El mismo que fue restando espacio al Machado, de los mismos libros de lengua, y a Bécquer, del que sí tenía a mano su “Rimas y leyendas”, encuadernado en tela granate, con letras doradas, a juego con otros tantos ejemplares de otros autores, que servían de adorno en aquel mueble de madera oscura al que no le podíamos poner los dedos encima porque se marcaban. Bonita era mi madre con sus cosas.

La cosa es que aquella frase proclamada por el perdonavidas de mis patios de la EGB, me persiguió hasta ya bien pasada la adolescencia. Lorca era marica y por lo visto, no se podía decir. Salvo el Cefe, que lo cascó sin más. Y sin menos. Para un niño que nunca jugó al fútbol, a no ser que no hubiera más remedio; que se entretenía a escondidas con los recortables de sus hermanas; que siempre se quedó con las ganas de pedir una muñeca a los Reyes, que a lo máximo que osaba era a pedir unos patines; para correr mucho, añadía inmediatamente. A un niño con esas características, digo, en aquella época, una afirmación así fue como si le abrieran un huequito en la mazmorra, que cada vez se volvía más pequeña y oscura, por la que sacar la nariz para respirar como todos. Sospechar que García Lorca podía haber sido un niño con el mismo miedo que tú, pero que luego de mayor llegó a convertirse en el gran escritor que todos conocían, me hizo sentir que no estaba tan solo ni tan enfermo en aquel mundo de sanos y avenidos. Eso sí, desconocía, y aún tardé mucho en enterarme, que ese fue uno de los motivos por los que el poeta granadino fue asesinado.

Después de aquello y a lo largo de los años posteriores, mi afán intermitente fue hallar la certeza de que era verdad. De que el Cefe en aquella época ya sabía algo que los demás ni intuíamos. Porque el Cefe era un cazurro bien peinado, pero no era tonto, ni mentiroso. Claro, yo no osé llegar a casa y preguntar si Lorca era marica. Lo primero, porque por entonces muchos en casa no habrían sabido ni quién era ese señor. Y lo segundo, porque que a mí me importara saber si un hombre era marica o no, era levantar muchas sospechas. Más aún. Tampoco lo pude preguntar en el colegio. No por entonces. Bastante problema tenía ya con esa mano lánguida que me dejaba en evidencia continuamente, como si tuviera vida propia, ante los demás.

Así que yo, que leía de continuo y hasta entonces me había conformado con cualquier cosa que hallara por casa: fotonovelas de Corín Tellado, novelas de Marcial Lafuente, El Caso, tebeos, y aquellos libros que decoraban nuestra librería, deseé con todas mis fuerzas conocer más profundamente al autor que podía darme luz. De modo que comencé a ir a la biblioteca del barrio y, entre libro y libro de “Los Hollisters” y “Donald y el tío Gilito”, buscaba en sus poemas, a ver si realmente hallaba una pista que me sacara de dudas y de tanto silencio. Conseguí leer enteros “Romancero Gitano”, “Poema del cante jondo” y todas las obras de teatro publicadas hasta entonces. Leí “Los títeres de cachiporra”, “Doña Rosita la soltera”, “El amor de Don Perlimplín”, “La casa de Bernarda Alba”… En todo, en cada verso, cada réplica, cada estrofa, creía atisbar un pequeño mensaje, una pista, una minúscula señal de su secreto. Fue por esa época que me dio por ser lorquiano a más no poder. Y lo mismo escribía poemas, que pequeños textos teatrales, con mucha luna, mucho puñal, mucha plata, mucho simbolismo y mucho desgarro de entrañas y de lo que hiciera falta desgarrar, con tal de que se viera hasta arriba de duende y mensajes por descifrar.

Hasta que llegué al instituto no pude preguntar abiertamente sobre ello. Fue a mi profesora de lengua castellana, que se llamaba Carmen. Un día a solas y cuando ya tenía la certeza de que no era peligrosa. Ella me respondió: sí, Miguel Ángel (por entonces aún me llamaban por mis nombres separados), sí, me dijo, Federico García Lorca era homosexual. Vamos, marica, le dije yo, que no quería llevarme a error ni desilusiones. Ella fue también la persona que me habló, siempre muy bajito, por primera vez de “Los sonetos del amor oscuro” (aún por entonces prohibida su publicación en España) y de sus amores con Dalí y de las causas de su asesinato. En aquel tiempo ya hacía unos años que el dictador había muerto, pero para nadie era fácil conseguir información clara sobre el tema. Con los años se hicieron series en televisión. Y vieron la luz sus sonetos. Y las cartas que intercambió con el pintor y otros autores y amores. Y se publicaron ensayos sobre sus relaciones amorosas. Y yo, aunque ya no necesitaba sentirme respaldado, ni precisaba de apoyos para levantar la cabeza como cualquiera, y la mazmorra oscura la había hecho añicos a base de besos y refriegas, como agradecimiento, me fui haciendo con todo lo que se publicaba de él y sobre él. Porque yo, que toda mi vida busqué salvarme, con Lorca descubrí la dicha de no hallar la salvación.

Miguelángel Flores. Enero 2020.

 

Miguelángel Flores ha escrito más de una veintena de micropiezas de teatro y ha destacado en diferentes concursos de microrrelato: En el certamen Relatos en Cadena fue finalista anual los años 2013 y 2014. También ha ganado los certámenes Wonderland, La Microbiblioteca y el certamen Monte de Piedad-Carmen Alborch, entre otros. En 2014 publicó con la editorial Talentura su primer libro de microrrelatos en solitario: De lo que quise sin querer. Actualmente sigue escribiendo teatro y microrrelatos con la idea de publicar un nuevo libro. Mientras tanto mantiene vivo un blog de microrrelatos y otros atrevimientos, al que llama Eternidades y Pegos porque considera que la vida está llena de ambas cosas.

Por PDV

2 comentarios en «Lorca era marica. Por Miguelángel Flores.»
  1. Estupendo relato Miguelangel, a mi me pasó algo parecido con Lorca, todo era tan oscuro en aquellos años setenta. Y cuando por fin descubrí que el poeta había sido homosexual, se me ocurrió pensar que, entonces el serlo podía dar un plus para acercarse a las estrellas y al duende. Elucubraciones de adolescente.

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