Por: José Sainz de la Maza

El taller de los primaduroverales continúa su andadura mediante videoconferencia con la esperanza de que los Reyes Magos nos traigan la anhelada presencialidad (palabra espantosa, por cierto). Anhelada, digo, no sólo para volver a disfrutar de la cercanía y de paso apurar aquellas cervezas de después de clase cuyo sólo recuerdo me humedece los ojos, sino también para vernos libres (de una vez) de la murga del vídeo/audio, de las conexiones defectuosas y de que periódicamente se desconecte zoom. Por cierto, además de dejar atrás tantas adversidades, estará muy bien volver a ver a Alicia del derecho.

He buscado en internet definiciones de las personas gramaticales para que me dieran pie a iniciar esta crónica porque en la clase de ayer las ‘personas’ tuvieron mucha enjundia. Aunque seguro que las hay, no he encontrado entradas de la RAE ni del Rincón del vago que son las que me resultan más fiables, así que me veo obligado a estimular el recuerdo de cada uno, ya sabéis, primera, segunda y tercera personas de singular y plural, yo, tú, el, nosotros, vosotros, ellos y sus respectivos femeninos. Sin embargo, una cosa son las personas gramaticales y otra, aunque parecida, las personas narrativas y fue en estas personas narrativas donde ayer se puso la cosa cuesta arriba.

Nuestro compañero Ernesto Ortega abrió la sesión con “Una tarde en el zoo”, un relato que presenta una metáfora sobre la libertad y nuestro uso de ella. Aunque el texto está bien trazado en su conjunto, remito como especialmente sugerente al largo pasaje del mono y a ese final en el que el franqueo de los tornos lleva a la protagonista a cuestionarse qué camino tomar después de verse libre. Acertadamente resuelto desde el punto de vista narrativo, se planteó (recordad lo que decía de ponerse las cosas cuesta arriba) si también lo estaba el uso de la segunda persona que exigía el ejercicio. Y es que la segunda persona y esa razón de ser suya de actuar como cuando se mira uno críticamente al espejo, resulta muy difícil de manejar.

La primera persona también tiene sus cuestas arriba y sus servidumbres, sobre todo cuando da unos cuantos pasos más allá y se convierte en ese arcano al que denominan soliloquio (no hablemos del diálogo interior y el fluir de la conciencia, que son sin duda los malvados de la película). Pues bien, Alberto Jesús Vargas directamente declinó el soliloquio que se exigía al ejercicio (con el corazón en la mano, lo entiendo perfectamente) y se apuntó a la primera persona ‘a secas’ con su relato “El buen hijo”. Se trata de un texto de tensión ascendente con un protagonista siniestro por obra y gracia de su propia madre que termina como terminan estas cosas, malamente. Los personajes funcionan y el ritmo está bien conseguido, sin embargo, y a pesar de no haber empleado el soliloquio, quedó pendiente una de las servidumbres a que hacía referencia más arriba, la justificación de la primera persona.

Alicia Gallego pudo disfrutar de la libertad de la tercera persona y puso al personaje principal de su relato “El maná” a degustar un buen pan y un apetitoso cocido con una sonrisa que no sabemos si al final del relato se le trocó en amargo rictus. Alicia coloca muy bien a su don José en tiempo y espacio y nos proporciona todas las pautas para que, como lectores, reconozcamos a este tipo de persona. A la tesis acomodaticia del protagonista de que ‘sin un buen pan es imposible una buena comida’ opone Alicia la realidad cotidiana que se asoma a casa de don José y doña Emilia a través del telediario. Y esta realidad cotidiana es la de que no siempre hay buena comida y que incluso no siempre hay ni siquiera pan.

Como si de enfrentarse a un miura se tratara, nuestro compañero Pablo Frías se atrevió a lidiar con el soliloquio y tentó el misticismo, aunque este más bien desde la barrera. Diana es una monja que en algún lugar ha dejado el hábito para darse a la búsqueda del éxtasis en una versión algo distinta de la de San Juan de la Cruz. Párrocos, deanes, monaguillos y hasta obispos se asoman a su relato “A la cola”, para en mayor o menor medida, jalonar la todavía frustrante experiencia extática de la monja. En este soliloquio, e imagino que en todos, los problemas del espacio y del movimiento del personaje por distintos escenarios, se convierten en un escollos difíciles de superar, porque se enfrentan lo íntimo del soliloquio, que gusta de la quietud, con lo externo del espacio, que conjuga mucho mejor con el movimiento.

Se cerró la sesión con deberes y más deberes para los esforzados escritores que ya han respondido a estos primeros ejercicios del curso 2021-2022. Los demás seguimos cuesta arriba en nuestros dilemas y devenires de las conciencias.

Por PDV

8 comentarios en «Las personas narrativas y sus circunstancias»
  1. Magnifica crónica, que consigue dar sosiego y cordura a una tarde con unos personajes rebeldes y con la tecnología amputàndonos el ritmo. GRACIAS JOSE.

  2. Esto es estrenarse bien el primer día ¿eh, Jose?: encontrarse el ambiente caldeado, las voces afinadas… Y a buen escritor, no le faltan palabras ni talento.

  3. Con esta crónica, Jose vuelve a dejarnos desde el primer día las cosas claras (y no precisamente lo de las personas narrativas, que ese es toro para mayor plaza): estas lides las maneja con maestría. ¡Bravo!

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