¿A quién quieres más, a tu padre o a tu madre? Pues mire usted, depende. Nunca me gustó esa pregunta fatídica que solían hacernos en el colegio, tal vez porque intuía que acabarían dándole nuestra respuesta a los respectivos padres: si ponías que querías más a tu madre, ya tenías en tu padre al enemigo durmiendo en casa. Con los libros y con los autores es una pregunta que igualmente me incomoda. Elegir un libro de entre todos los que he leído es, por descarte, hacer de menos de alguna manera al resto de los libros. Aun así, ya que hay que elegir y para no practicar descaradamente el escaqueo, me decanto por el libro que, sin duda, más me desconcertó en su momento: Rayuela, de Cortázar (valga la obviedad) Y utilizo el verbo “desconcertar” de manera muy consciente, porque siempre me han gustado las lecturas que te rompen los esquemas, que te sacuden, que, como dicen los cursis y los psicólogos de nuevo cuño, te sacan de tu zona de confort. Me encontré con Rayuela por primera vez a los doce años. La biblioteca de mi casa era tan generosa en volúmenes como caótica en cuanto a temática y distribución. Junto a los best seller de la época que no faltaban en ninguna biblioteca con aspiraciones básicas (El nombre de la rosa, Tuareg, Los mares del sur…) no era difícil encontrarse un número suelto de la colección de los premios Nadal escoltado por Ovidio y un número especial de la revista Víbora. Así pues, desde muy joven cogí el gusto por la lectura y, sobre todo, por esa sensación de estar en una tómbola cuando decidía coger de la biblioteca un libro al azar. Y al azar cogí un buen día Rayuela, me metí en el cuarto de los juguetes (leer era parte del juego) y creo recordar que lo leí de un tirón. Como es lógico, con una mentalidad más hecha por entonces a los comic y los tebeos que a la literatura pura y dura, no me enteré absolutamente de nada de lo que había leído, lo confieso. Aun así, vi en la historia, y sobre todo en ese lenguaje novedoso, bruto, en estado puro, algo que me fascinó. Era la primera vez que me interesaba más por la forma que por el fondo. Y como es lógico, en las siguientes semanas entré de lleno en el juego que el propio Cortázar nos propone para la lectura del libro, en todas y cada una de sus modalidades: la convencional (de la primera página a la última), la que Cortázar llama “tradicional” (del primer capítulo hasta el 56, prescindiendo del resto), por el orden que el lector desee (como explicaría más tarde en su magnífica novela “62/Modelo para armar”) y, finalmente, la más rocambolesca de todas, siguiendo una tabla que aparece al principio del libro, llamada “Tablero de dirección” según el cual, cada capítulo se leerá en un orden preestablecido. En definitiva, cuatro maneras fascinantes de leer el mismo libro, más las que tú mismo te quieras inventar. Personajes inolvidables como Horacio Oliveira, Ronald, Traveler, Etienne, Morelli, La Maga…Y ya, como una cosa te lleva a la otra te adentras en todo Cortázar, sus novelas únicas, sus cuentos redondos, y un día das con sus Historias de cronopios y de famas  y descubres de su mano el microrrelato (comprendes que hay otras formas de contar una historia con fondo sin necesidad de escribir 200 páginas), a los autores del “boom” latinoamericano, a Borges, a los mejicanos, la novela del XIX, la Generación del 27, a Kafka, a los rusos, a los surrealistas… En resumen, para mí Rayuela (y por extensión Cortázar) fue el disparadero a la lectura, como ese primer impulso que da el ratón a la rueda de su jaula y cuando se quiere dar cuenta ya no puede parar: ni falta que hace.

 

 

José Manuel Dorrego Saénz ha sido finalista en la III y en la V edición del certamen Madrid Sky. En su trayectoria como escritor ha hecho del microrrelato su género preferido.

Por PDV

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