Por: Lourdes Chorro

Este diecisiete de octubre no ha habido flores, tarta de frambuesa ni uvas de albillo, los regalos que nunca fallaron el día de su cumpleaños. Sí, han celebrado una exposición en la Biblioteca Nacional de este Madrid en el que se sentía extraño porque a él, como a los árboles, le gustaba crecer donde lo plantaron. Y es que en este calamitoso 2020 que quisiéramos borrar, no podemos olvidar que él hubiera cumplido cien años.

Miguel Delibes, descendiente de un tío abuelo compositor que no le dotó de oído musical, pero que le dio música en sus escritos y en los genes esa educación a la francesa que tanto marcaría su quehacer diario. Fiel a fumar su picadura “flor de andamio” porque la fumaban los jóvenes y los albañiles. Humilde y austero, huraño, hurón que diría él, no le gustaba conversar con “la gente a codazo”. Siempre escribía a mano, al principio en cuartilla de prensa con pluma estilográfica y luego con un rotulador de punta fina azul de esos que nunca le faltaban en casa. Enemigo de encasillamientos y al que muchos encasillan en un Realismo poético y social. “Es terrible que te tomen tan en serio y te estudien tanto” Académico de la lengua, él, que fue poco amigo de academicismo. De una melancolía a cuestas, con la que aprendió a vivir peligrosa y a la vez sanadoramente, como las hierbas del ojo del boticario. Con esa X del Max, su pseudónimo de juventud, que no era otra cosa que la incógnita del futuro, por esa idea obsesiva y prematura de la muerte no solo de la suya sino de esos desligamientos que ella nos condena a soportar.

Consiguió un lenguaje llano, de limpieza ornamental, sobrio y a la vez exuberante, nos regaló una lectura amena y comprensible. Su prosa precisa, académica y pulida del comienzo de sus escritos la fue sustituyendo por un lenguaje más audaz, desgarrado, poético y cálido, siempre afectivo. Fue ganando en profundidad y realismo, en ese arte de sugerir, de revelar complejidades intrincadas con una aleve insinuación. Con sencillas repeticiones hace innecesarias largas explicaciones; frases repetitivas, latiguillos, gestos, dan cotidianidad, definen a sus personajes. Sobrenombres, nombres acortados sin apellidos con el apodo que todos les conocen, un trazo caricaturesco revelador, giros populares como una muestra más de afecto y comprensión que nos hacen familiarizarnos con ellos. La humanidad y ternura de sus personajes con su corazón, sus problemas, ambiciones, humildes, tiernos, desvalidos. Con innovaciones técnicas y estilísticas. Unos personajes a los que oímos, los vemos crecer, vivir de verdad y que hacen verosímil sus historias argumentos. Esos niños que tienen abiertas todas las posibilidades, aunque estén inmersos en el mundo mezquino de los adultos son los que se sienten tan cómodos. Su postura siempre a favor del débil. Sorna e ironía castellana tan propia de él. “El único sitio donde puedo ambientar mis novelas con un poco de conocimiento es Castilla”. La Castilla que padece la Piedra, nublados, la seca, la helada negra que cae sobre las cosechas de esos campesinos que maldicen al destino.  Él supo no solo hilvanar, sino hilar, bordar y no dar puntada sin pespunte en un lenguaje lleno de matices irrenunciables. Las amenazas de esta sociedad inhumana que humilla y ofende a los perdedores, a los desfavorecidos, a los humildes”, la infancia, la supervivencia de la naturaleza. Siempre en defensa del hombre y de su pérdida de identidad, engullido por la uniformidad de este mundo moderno, avanzado y que hoy llamamos globalizado. Y es que sus obras son una prolongación de su persona, de sus inquietudes, sus obsesiones y sus esperanzas en una interrelación entre literatura y vida. No en vano él entendía el oficio de creador como una manera de estar en el mundo, de posicionarse. Plantear el tema y buscar la fórmula para resolverlo. Tema y no argumento. Una idea, algo concreto que se convierta en una actitud, una concepción del mundo y del hombre con sus debilidades y contradicciones a través de sensaciones y sentimientos. Explorar el corazón humano, hacernos ver cómo la mala voluntad de algunos engendra los problemas, sin intentar convencernos ni argumentarnos nada, en palabras suyas, “sólo inquietándonos para hacernos pensar”.

Todo ya está dicho sobre don Miguel, nada nuevo puedo aportaros yo en este pequeño homenaje, deuda contraída con el hombre que me abrió las puertas de su casa un 16 de febrero de 1984 que difícilmente podré olvidar.  Nos sentamos en su sofá, el uno al lado del otro, y me confesó que las visitas indiscretas no le gustaban nada. ¡Ah, cómo le comprendía! Y hablamos de “azulón”, el pollito de la perdiz ya grande, de animales “entrematados”, de la “escopeta faldera”, de “baribañuelas y amerillas” y de los “quitameriendas”, esas flores que crecen en septiembre, cuando el trabajo de los recolectores de cereales se termina. Llamaba a las cosas por su nombre y sabía el nombre de las cosas. Enumeraba plantas, aves, lenguaje cinegético. Los femeninos naturales de las palabras, especialmente de los árboles. La nogala, la olma, el género natural puede más que el artificial. Formaba palabras con prefijos y sufijos, con dos sustantivos “trotacampos”, “greñura” Diminutivos que más que empequeñecer, individualizan, adjetivos con una insustituible y tajante exactitud. “Agachadiza” porque vuela muy inmediata a la tierra. “El co re ché” grito que emite la perdiz. Palabras afines, sinónimos, con dobles significados, palabras necesarias, las precisas, palabras olvidadas, localismos, dialectalismos, arcaísmos, palabras que no aparecen en el DRAE, y a veces, lo hacen, aunque con una acepción diferente a la que él utiliza.

Por él empecé a amar el mar de surcos de Castilla, lo castellano, los castellanos, el lenguaje que atesoran sus campesinos, el desolado ulular del viento en el soto en sus Viejas historias de Castilla la Vieja en Un mundo que agoniza. Y, que al sentir cómo le salía la inexorable Hoja roja, que anuncia el desamparo, al límite de su vida, nos escribió El Hereje. Si con El Nini aprendí a barruntar los días de sol, y los de heladas tardías y con Daniel el Mochuelo encontré El Camino de la vida que día a día vamos consumiendo, con Cipriano Salcedo, viví sus angustias e inseguridades, me consumí en el vaivén de las llamas de esa hoguera que quemaron su cuerpo, pero no su espíritu. Y, ante el resplandor de las llamas, sollocé apagadas lágrimas por sus tenues sollozos mientras “se descolgaba la nieve fúnebre en mi corazón”.  

Por PDV

14 comentarios en «Hubiera cumplido cien años»
  1. Exquisito el texto, Lourdes. Se huele la tierra y al hombre, se siente el frío y se escucha la naturaleza como él en sus libros. Gracias, nosotros reconocemos lo bien escrito y el esfuerzo. Te felicito.

  2. Tu escritura me genera envidia, igual que la de D. Miguel. Esa mirada microscópica que os permite ver y sentir, lo que los demás, en el mejor de los casos, solamente intuímos.
    Gracias Lourdes.

  3. Un escrito que nos demuestra el buen saber hacer tuyo, Lourdes, Con él hemos sido trotacampos y también hemos explorado el corazón humano. Excelente trabajo, Gracias.

  4. Excelente reseña Lourdes, muy en tu línea, me encanta Delibes y después de leer tu reseña aún más. Con Delibes como dices, no solo oigo a sus niños protagonistas, en sus textos me parece oír Castilla entera, su naturaleza, creciendo. Enhorabuena.

  5. Delibes, o el arte de hacer fácil lo difícil. Esa es la definición de talento. Como en el caso de Lourdes. A los demás nos corresponde agradecer que lo compartan y, sobre todo, disfrutarlo. Gracias, Lourdes.

  6. Precioso homenaje, Lourdes. Qué emoción debiste sentir ese día de 1984 en que tuviste la suerte de conversar con alguien a quien le gustaban tanto las palabras de verdad, las que no suenan a artificio.

    Enhorabuena y gracias.

  7. Ay, Lourdes, qué maravilloso artículo. Tanto mi padre como yo hemos quedado rendidos a tu homenaje, después de haber leído recientemente «El hereje». ¡Qué bien escribes! ¡Cuánto sabes! ¡Cuánto vales! Nos tienes impresionados.

  8. Estupendo y sugerente. Tus palabras invitan a acercarse más al personaje y al autor para visitar y entrar en sus lugares. Por todas estas invitaciones, gracias.

  9. Si este grupo no existiera, habría que inventarlo. ¡Decís de una manera que al leérselo a mi balcón, el hielo se ha derretido!
    Un millón de gracias a todos sois el mejor antídoto en este tiempo

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