Muchos consideran muy útiles los adverbios terminados en «–mente», ya que indican cómo o cuándo suceden las cosas. Complementan verbos («reír escandalosamente»), adjetivos («deliciosamente joven») y otros adverbios («razonablemente pronto»). Pero tienen muchas sílabas y, por lo tanto, alargan la oración. Y eso nunca es bueno, ya que las oraciones largas se entienden peor y suelen crear párrafos farragosos y textos insoportables.

El escritor colombiano Gabriel García Márquez criticaba su uso como un vicio que debe ser evitado. Lo explica así en sus memorias, Vivir para contarla:

La práctica terminó por convencerme de que los adverbios de modo terminados en mente son un vicio empobrecedor. Así que empecé a castigarlos donde me salían al paso, y cada vez me convencía más de que aquella obsesión me obligaba a encontrar formas más ricas y expresivas. Hace mucho tiempo que en mis libros no hay ninguno, salvo en alguna cita textual.

Y explica: «En español, el adverbio “–mente” es una solución demasiado fácil. Si quieres usar un adverbio terminado en “–mente” y buscas otra palabra, siempre es mejor».

Cuando García Márquez dice que “hace mucho tiempo” que no los usa, ese “mucho tiempo” es posterior, al menos, a su obra cumbre, Cien años de soledad, de 1967. No más empezar la lectura, vemos este ejemplo:

Ligeramente volteado a estribor, de su arboladura intacta colgaban las piltrafas escuálidas del velamen, entre jarcias adornadas de orquídeas. El casco, cubierto con una tersa coraza de rémora petrificada y musgo tierno, estaba firmemente enclavado en un suelo de piedras.

Por último: Los adverbios terminados en mente generan rimas internas. Ese «–mente» final que se repite adverbio tras adverbio, párrafo tras párrafo, arruina cualquier texto. De hecho, no encontrarás ninguno en El amor en los tiempos del cólera. Y no es por casualidad.

Por lo general, el escritor aficionado se deja llevar por su euforia y no se conforma con un adverbio terminado en mente, sino que encadena varios.

En resumen: Hace falta dominar el estilo para utilizar bien los adverbios terminados en «–mente». Haríamos bien en renunciar a ellos y usarlos solo cuando seamos capaces de dirigirnos a un árbol como lo hace el poeta Dámaso Alonso: «¡Oh, suave, triste, dulce monstruo verde, / tan verdemente pensativo!».

 

Manuel Pozo Gómez, licenciado en Filología Alemana en la UCM, es autor del libro de relatos Violeta sabe a café, (Premium editorial) y coautor, entre otros, de los libros Madrid Sky, (Uno Editorial); Cuéntame un gol, cuentos de fútbol  (Verbum editorial) y Magerit. Relatos de una ciudad futura (Verbum editorial), RRelatos HHumanos (Lid editorial) y RRetratos HHumanos (editorial Kolima). Ha sido ganador de un buen número de certámenes literarios y sus relatos están publicados en distintas antologías.

Por PDV

5 comentarios en «Gabriel García Márquez y los adverbios terminados en -mente»
  1. Hace unos días que naufrago por estos mares de os blogs que la han emprendido con los adverbios terminados en -mente, todo por un comentario que un afamado escritor hizo en cierta ocasión y que no es ora cosa que una descripción de su batalla interna con sus hábitos y latiguillos. En vez de extenderme como he hecho en otros blogs citaré a ese ‘aficionadillo y perezoso’ escritor que escribió esa ‘horrenda’ obra llamada “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” que está plagada de ‘horribles adverbios terminados en mente” (las mayúsculas son mías):

    (CAPITULO IX)

    Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas, y JUNTAMENTE pusieron un medio queso, más duro que si fuera hecho de argamasa. No estaba, en esto, ocioso el cuerno, porque andaba a la redonda tan a menudo (ya lleno, ya vacío, como arcaduz de noria), que con facilidad vació un zaque de dos que estaban de manifiesto. Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas en la mano y, mirándolas ATENTAMENTE, soltó la voz a semejantes razones:

    -Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que LIBERALMENTE les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para la defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre; que ella, sin ser forzada, ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquéllos que eran menester para cubrir HONESTAMENTE lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra, entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y SENCILLAMENTE, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos.”

    Y así podríamos continuar con una procesión de adverbios terminados en -mente, los cuales se pueden escribir o no adecuadamente, pero nunca demasiadamente.

    Más literatura y menos consejos absurdos, por favor.

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