Por: José Sainz de la Maza

Encontrar un tema para nuestro concurso de Navidad. Ese fue el primer asunto que se trató en el taller de los Primaduroverales de ayer. La laxitud de ese jueves sombrío y lluvioso nos contagió su pereza y tardamos en empezar y entrar en materia. ¿De qué deberían tratar los cuentos de Navidad? ¿Dónde situarlos? ¿Qué aportar a esta edición para no repetirnos? Cabalgata, un pueblo, pandemia… Al final quedó pendiente, que sea Pura, más adelante, la que fije los términos y nos los comunique por correo.

Abrió la tarde Carlos Cerdán con «La blusa y el vacío«. Todos quedamos encantados con su comienzo:

«Algunas mañanas durante el desayuno, sentados uno frente a otro, veía como los rasgos de su mujer desaparecían de su rostro igual que el viento borra un dibujo hecho en la arena y solo quedaba el contorno de su figura. Era un instante breve, pero cada vez más frecuente.«

Bella imagen que evoca la desaparición progresiva de la persona a quien se ama, que con el paso del tiempo se va convirtiendo en poco menos que un borrón que se desvanece. Al final, en el cuento de Carlos, no queda de ella más que su olor adherido a una blusa, como último bastión que se resiste dolorosamente a la pérdida absoluta.

Enhorabuena Carlos, un gran relato. No importa ese intento de narrador omnisciente que se quedó en poco más que en el calificativo de ‘cobarde’ que le cayó al protagonista del relato, como si no tuviera poco, el pobre.

Juan Santos nos ofreció un accidentado «Gin tónic» en el que no faltaron sus marcas de estilo y esos personajes suyos a los que dan ganas de abrazar. Un abuelete maltrecho que se busca las mañas para jugar con su nieto, un muchacho avispado que encuentra en su abuelo la versión más amable del mundo adulto y una hija-madre que vela por todos con un cariño que recubre con un temperamento quisquilloso, que no es sino amor y afán de protección, vean si no:

«Irene salió una hora antes del trabajo para ir a comprar un ventilador. Se les había roto el viejo y en casa no tenían aire acondicionado como en la fábrica. El termómetro exterior marcaba cuarenta grados a la sombra y le pesaba en el alma que su padre y su hijo, hubieran pasado el día encerrados, con una ventana por donde solo entraba un bochorno infernal.«

Giro difícil el de empezar y terminar el relato con la misma secuencia, describiendo un círculo narrativo que comprobamos que cuesta mucho cerrar. Felicidades, Juan tus relatos siempre dejan un sabor dulce en la boca.

Luis Marín teje y teje pacientemente la trama de su novela sin abandonar su magnífico tono, como comprobamos ayer en su Capítulo 3, escena 3. Carmen, Antonio, Manuel, Santiago y sus otros personajes traman una historia rural que a ningún urbanita nos resulta ajena. Marca los tiempos con los sucesivos trabajos del campo y nos muestra unos espacios interiores que se nos antojan con olor a aceite y esparto, a humildad, trabajo y a hacer lo que hay que hacer. Vemos todo esto desde el mismo comienzo del pasaje que leímos ayer:

«Carmen repasaba, con gran esfuerzo, las facturas de la venta de los cereales. Había aprendido las cuatro reglas con su marido que se empeñaba, cada año, en que se sentara con él a hacer las liquidaciones de las cosechas. Ella prefería las tareas de la casa y estar pendiente de los niños o incluso trabajando en el campo o la huerta.»

Susana de la Higuera nos leyó «In fraganti», un relato de recorrido circular en el que, al final, se aclara y completa esta inquietante escena que abre el relato:

«Las gotas de sudor le perlaban la espalda, gélidas como las aguas turbias y no tan mansas del Duero. Clara observaba el remolino que se había formado en la corriente mientras le invadía una desconocida sensación de paz.»

Nos presenta Susana a una mujer maltratada, Clara, que llega a un punto en el que los acontecimientos se precipitan sin freno, como una roca que se desgaja de una montaña. Se trata de un relato bien hilvanado en el que, como apuntó una compañera, el engaño, como una tela de araña, primero lo teje un personaje y enreda al otro y luego ocurre exactamente lo contrario, de manera que el enredado, al final, envuelve en su tela al primero. Clara, la protagonista, es quien culmina esta acción en una sugestiva secuencia que a todos nos evocó la justicia poética que, en ocasiones, se esconde detrás de la venganza.

Dicho y certificado lo anterior, sólo nos queda saber si habrá cabalgatas de reyes o no, si seguiremos en pandemia o no y si tendremos fiesta o no. Sobre todo esto, al menos para nuestros cuentos, la última palabra la tiene la coordinadora de emergencia,  Pura de la Casa.

Por PDV

7 comentarios en «Entre blusas, gintonics, aceitunas y vinitos en bodegas, se nos acerca la Navidad»

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