Crónica del 13 de enero de 2022

Por Susana de la Higuera

Comenzamos el primer taller de 2022 con un repaso al tsunami de la sexta ola del Covid, que se ha colado en más de una fiesta navideña, afortunadamente sin hacer muchos estragos. Deseando una pronta recuperación a nuestro compañero Pablo y su familia, pasamos a iniciar una tarde de relatos que, como todo buen menú degustación, ofreció muchos platos y todos para chuparse los dedos. ¡Buen provecho!

Para abrir boca, Pablo Frías nos ofreció su relato El síndrome de Iznogud, evocando el personaje de cómic del gran Goscinny.  Retoma el personaje de Sebas de ¡Qué Pereza! de Susana de la Higuera y, por imperativo legal (condiciones del relato), debía incluir unos (…) o unos [] con algún significado. Pablo acierta con un cuento fresco y divertido, donde el narrador comienza criticando a su amigo Sebas por haberse metido en un tráfico de armas y terminar detenido, para acabar protestando que no lo hubiesen elegido a él porque lo habría hecho mejor. Nos propone un uso lúdico de los (…) que sustituyen a todas las palabras malsonantes de una prosa muy oral, que nos recuerdan el pitido de la censura de la televisión, y así ofrece al lector un juego literario en el que le invita a sustituir cada (…) por los tacos que quisiera. El análisis más técnico nos llevó a ahondar de nuevo en la figura del narrador. ¿Se trataba de una primera persona homodiegética como se pedía en el ejercicio? No, según nos puntualizaba Pura.  El narrador del cuento de Pablo pasa a ser protagonista al final del relato. Y un narrador homodiegético ha de mantenerse al margen de la historia y narrarla como testigo.

Sídrome de iznogud

Mira, podía llamarla a ella, a ver qué sabe de toda esta movida, y si me lo curro un poco seguro que me la (…). Tiene pinta de modosita pero esas son las mejores porque están insatisfechas: les rozas las (…) y te (…) la (…) a (…). Y con un poco de suerte, me (…) la (…) en el masserati. Aunque el Sebas es tan pardillo que seguro que se lo han confiscado. ¡(…)! Si es que para todo  hay que valer. Ay, si me hubieran elegido a mí…

Después de un entrante fresco y ligero, pasamos a un verdadero un manjar, o lo que es lo mismo, un relato de Lourdes Chorro. Quince pasos. Retoma el personaje de la mujer del cuento de Juanjo Valle-Inclán con una estructura de viaje. Como nos tiene acostumbrados, Lourdes nos ofrece una prosa bellísima, pura ambrosía poética. Un juego de muñecas rusas, de metaficción dentro de metaficción, que invita a paladear el relato despacio y a releerlo una y otra vez. La autora consigue integrar al narrador, el escritor, las dos mujeres y el lector en el relato, con unas metáforas maravillosas.

¿Qué vale más contar lo cierto o convencer? La protagonista del libro empieza a preguntarse que, si ese espejo no miente, qué motivos guían a este creador para ocultarle a la lectora su futuro, y dejarla confortablemente vivir leyendo. Y a ella dejarla consumirse en esa bruma en ebullición que macera las malas ideas, como un pájaro carpintero pica y repica en las miserias.

Y para continuar con esta sesión gourmet, Juan Santos nos ofreció Esperando el tren,  un relato de una exquisita sencillez. Tenía el reto de comenzar el cuento con la frase “Un cisne de otro tiempo se acuerda de que él es…” y terminar con “Sacudirá su cuerpo entero esta blanca agonía”, unas condiciones nada fáciles. Pero Juan Santos acierta y nos presenta la historia de un tabernero que ve cómo su vida entera pasa trabajando en la taberna familiar mientras espera, en vano, a que llegue una mujer que le cambie el destino. Juan consigue aquí quizá su mejor relato, que rezuma tristeza y melancolía, demostrando una vez más una maestría en el uso de una prosa sencilla y muy cuidada, con un vocabulario de su tierra que le aporta mucha verdad.

Un cisne de otro tiempo se acuerda de que él es de pluma blanca y eso nunca lo olvidará. No es necesario que Dámaso se lo repita a cada momento. El humo retestinado del tabaco ha ennegrecido su cuello y sus alas como los adentros del tabernero. Los dos viven resignados en su hábitat, porque saben que ya es imposible aclarar las aguas del lago azul.

A continuación, Juanjo Valle-Inclán nos invitó a saborear una suculenta Blanca agonía, en el que narra la muerte del personaje de Juan Santos,  Antonio Molina. Nos presenta una prosa con un aromatizado bouquet-garni poético y un uso acertado de las anáforas (repetición intencionada de palabras al comienzo de frases) y las canciones, que forman el aderezo perfecto.

Apenas a dos días de que llegue la estación del resurgir, a escasos minutos de compartir el espacio con el suelo cálido donde cada año crecen las lilas, los recuerdos del hombre que espera para hacer su último viaje, se convierten en los recuerdos de otros, quizá de su familia, de sus amigos, quizá de algún fan que no olvida, quizá en la memoria de aquel chico manchego que no quiso seguir sus pasos.

Tras este cuento de nuevo triste y melancólico, nos preguntamos si los tiempos que corren no influirán en el tono sombrío que parece sazonar nuestros relatos últimamente.

Y con esa reflexión proseguimos con El hombre que buscaba palabras de Carlos Cerdán,  que nos cuenta la historia del marido de la mujer que leía en el sofá del cuento de Ernesto Ortega con los elementos no verbales (…). Carlos nos ofrece un relato muy bonito pero también con final triste y melancólico. El protagonista anota en una libreta negra (…) palabras que busca en libros de la biblioteca para dejarlas en unos pósits en los libros que lee su mujer y así poder comunicarse con ella. Carlos acierta con el uso de las (…) detrás de la libreta negra, para dar misterio y más empaque a la libreta, de la que el lector solo puede imaginar el contenido. Carlos también acierta con el uso del narrador homodietégico, así que ¡enhorabuena!

Así pude saber que las frases elegidas al azar en los libros de la biblioteca las transcribía en su libreta negra (…) y más tarde a unos pósit que iba metiendo entre las páginas de los libros que ella leía.  A través de las palabras de otros creyó poder volver a comunicarse con su mujer.

La tarde literaria tocaba a su fin y necesitaba un buen postre que nos regaló Ernesto Ortega con Zona de tránsito. Una delicia con un toque de humor ácido, que nos narra la historia de un obispo que espera para embarcar en el vuelo que lo llevará al Cielo. Con unos perfectos flash-backs conocemos el recorrido vital, nada virtuoso, del protagonista, que sin embargo se sabe poseedor de un billete en clase Businness para alcanzar el Cielo. Ernesto ha cocinado un texto en su punto, con una crítica ácida de la impunidad e hipocresía de la Iglesia, aliñado con divertidas metáforas y deliciosos toques de humor.

Fue el impacto de uno de esos bocadillos el que despertó su vocación, como un rayo de luz que ilumina la mente, el que le hizo sentir la llamada de Dios, despertando su vocación para entregarse a él en cuerpo y alma, en lugar de hacerlo a los hombres, como única forma de redención, simplemente porque le pareció que si seguía el ejemplo de algunos de aquellos curas que ya desde la infancia le habían sentado en sus rodillas, el camino hacia la santidad sería mucho más sencillo que el que le esperaba en la tierra.

Y tras este menú gourmet, acabamos la velada para dejar reposar tanta delicia.

Por PDV

11 comentarios en «El síndrome de Iznogud y otros relatos»
  1. Crónica tan deliciosa como el menú degustación del taller, donde hubo algunos platos de auténtica alta cocina. Un placer para todos los sentidos.
    Sólo una observación: Iznogud es de Goscinny, no de Uderzo.

  2. Los muy bien cocinados relatos leídos en el taller han dado lugar a la deliciosa crónica elaborada por Susana. Gracias a tod@s por una tarde tan suculenta.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *