Domingo Jiménez Lacaci obtuvo el segundo premio en el VI certamen literario con el relato Cerrado por gestión, del que el jurado dijo que era un cuento complejo, intenso, lleno de sugerencias, de sensaciones y de lecturas diferentes.
El relato de Jiménez Lacaci hace acertadas sugerencias a nuestros sentidos a través de la piel, el calor y los olores. Está construido con fases cortas e imágenes evocadoras: las tijeras, la luz, intermitente del semáforo, las gotas de sudor, la vela titilando… Maneja con habilidad el tiempo y el narrador en un presente continuo y se luce con sinestesias como el tic-tac de color caramelo y el olor a siglos muertos.
Este ingeniero de caminos ha obtenido un merecido segundo premio con su relato. Anteriormente ha sido finalista del Certamen Internacional Max Aub del año 2015 y en el X Certamen Internacional de Relato Breve sobre Vida Universitaria “Universidad de Córdoba”. En el campo del microrrelato ha llegado a ser finalista mensual en el Concurso Relatos Encadenados de la Cadena Ser (año 2016) y en otros certámenes. Por último ha escrito y estrenado con éxito una comedia de enredo con el título Pensión Paquita.
Salvador Pozo Gómez le entregó el premio en representación de la cervecería La Rebujita. Ana y Ernesto están al frente del negocio desde el año 2013. Procuran fomentar un ambiente familiar en su terraza. Poco a poco están ganando implantación en el barrio. La relación de La Rebujita con el certamen Madrid Sky dura ya tres años, lo que demuestra su implicación con la cultura. En esta ocasión La Rebujita ha patrocinado el segundo premio y ha acogido a los asistentes a la entrega de premios del VI certamen en un vino de celebración para homenajear a los premiados. Gabinete Caligari cantaba “Los bares, que lugares / Tan gratos para conversar. / No hay como el calor / Del amor en un bar”. Sin duda La Rebujita es un lugar de encuentros donde siempre hay un amigo a mano para charlar. Y si es de literatura, mejor.
Cerrado por gestión
Segundo premio del VI certamen Madrid Sky
Domingo Jiménez Lacaci
No quería imaginar cómo había llegado hasta allí porque la luz ámbar del semáforo frente a la cristalera y el olor a loción me atraparon de nuevo. Me quedé allí detenido, sin parpadear, con las tijeras quietas. Sacudí la cabeza y volví enseguida al clac clac clac en seco, solo cortando el aire por volver a la realidad.
Le repaso el cogote, un golpe de colonia y listo. Por arriba bien, pero ese cuello de toro no me lo ha puesto fácil. La piel tan tensa se afeita bien, pero se abre. Le enseño el resultado en el espejo, me paga sin propina, y me quedo allí solo en el salón mirando el semáforo por el cristal. No sé qué tiene la luz ámbar, pero me va hipnotizando poco a poco. Dura exactamente doce segundos. Y tras veinte de rojo y sesenta de verde, nuevamente el ámbar discontinuo, que no me deja ni parpadear. Y ahí, siempre mirando el ámbar, aprovecho para pensar en los soldados. Me gustan mucho los soldados. Llegan con el pelo aún corto, pero ellos lo quieren más rapado. Y los que han navegado, no sé, como que les noto el olor a mar, como que el salitre se les ha quedado metido en esos cuellos tan quemados, que es que les besaría ahí mismo. A veces me meto dentro diciendo que voy a por cuchillas nuevas y me quedo pegado a la puerta con los ojos cerrados, muy quieto para que el deseo no se me contamine. Me tiemblan las rodillas y me paso las manos por los muslos, y para dejarlo, me tengo que poner a mirar la foto de mi mujer y mi madre sobre la mesa de las toallas. Todo esto me embriaga unas tres o cuatro veces al día, menos los lunes que cierro y recojo yo a los niños del colegio, a la una y a las cinco. Y si hace viento, los llevo a la explanada a volar la cometa.
Esta tarde hace tanto calor que noto como las gotas de sudor me recorren las axilas bajo la camisa. Pero sigo mirando el ámbar de la otra acera y se me juntan las dos sensaciones, el lento correr de la gota y el ti-tic-tic color caramelo. Exacto, doce segundos. Queda una hora, pero la tarde va floja. Pongo el cartel de cerrado por gestión y salgo a caminar, pero en la calle hace más calor que en el salón. Poco a poco me voy adentrando en el barrio viejo, y el calor se va adensando a mi alrededor. Toco un muro de basalto según paso para sentir su frío compacto, y mientras lo toco miro el semáforo delante de la catedral. Y cuento el ámbar. Solo ocho segundos. Y se me desata aún más sudorina, y porque se me pase, sin pensarlo más, me meto en la catedral que me abraza entero con su fresco y su olor a siglos muertos y a herrumbre.
Me quedo allí pasmado frente a un altar, delante de una vela titilando dentro de un plástico ámbar, pero por mucho que la miro no soy capaz de sacarle una pauta. Y entonces una voz.
—No hace falta que espere para confesarse. No hay nadie esperando. —La voz me sorprende; está sentado en la penumbra a menos de un metro.
—No había venido a confesarme, padre.
—¿Seguro? Parece que quisiera hablar con alguien.
—Si le digo la verdad, y no se ofenda, no creo mucho en Dios.
—Uy, y la mitad de los que vienen tampoco —dice riendo— pero ellos no lo saben.
Mire, le propongo una cosa, se sienta usted aquí conmigo, charlamos, y luego decidimos si ha sido una confesión.
Ni sé ni quiero negarme. Me siento bien en su presencia y el sofoco empieza a ceder. El cura huele a loción Floid como olían mi padre y mi abuelo, y le brilla la piel como a ellos. Y comienzo a hablar. Y él escucha y asiente con la cabeza ladeada. Y le hablo de todo, de mi vida, del salón, de mis hijos. Y me responde, y yo le hablo y le hablo, y al final, miro a la vela ámbar y empiezo a encontrarle una cadencia según sigo contándole cosas, y ya le hablo de los soldados y del temblor de rodillas, y deja de asentir, y entonces le admiro más esa piel tan brillante de los pómulos, y va y se me sale por la boca a chorros, como si las palabras me subiesen entre arcadas, que tengo un cabo primero de veintidós años enterrado ahí arriba en el huerto, bajo una higuera. Y que lo tengo allí porque de tanto a mar como olía, pues que quise dejarlo todo y marcharme con él, pero se rio de mí, en mi misma cara. Y me llamó viejo, y ridículo. Y también calvo. Y que le diera más dinero para comprarse una moto o hablaba con mi mujer. Y que no sé lo que me pasó con el rastrillo, que no tuve intención de hacerle daño, solo quería que se callara, pero allí lo tengo desde hace quince meses. El silencio de la catedral nos cae encima como una inmensa lona negra. Padre, cuido esa zona bajo la higuera para que no se arraigue la mala hierba ni la grama que se lo come todo.
Y el cura se levanta del banco, y me mira y quiere hablar, pero se le atoran las palabras y se tira de la camisa como ahogándose y se le caen al suelo dos botones y el alzacuellos. Y sale corriendo muy torpe hacia la sacristía pidiéndole ayuda a la Virgen María.
Y de eso hace dos días, y sigo aquí, en el salón de peluquería, con la calva bajo las aspas del ventilador porque no me sude ni me brille. Cuento tras la cristalera los doce segundos en ámbar y pienso cuantos ciclos me quedarán hasta que vengan. A lo sumo un día más, en las ciudades pequeñas nos conocemos todos. Acaba de cambiar a rojo. Todos los coches paran menos el de la Guardia Civil, que se lo salta y viene hacia aquí. Apago las luces, el ventilador y pongo el cartel en la puerta.
Enhorabuena, Domingo. Fue un placer charlar contigo.
¡Bufff, qué maravilla! Compadezco al jurado porque ya veo que este año lo ha tenido muy complicado, hay mucho nivel.
Es un placer leer relatos tan brillantes. ¡Enhorabuena, Domingo!
Enhorabuena, Domingo.
Fue todo un placer contar con tu presencia en la entrega de premios, presentar tu relato, charlar un rato contigo y, sobre todo, disfrutar de ‘Cerrado por gestión’. Un abrazo.
No tiene desperdicio. Me encanta como juega con los estereotipos, el casado como tapadera, el amor o el vicio, la confesión (secreta)… Muy logrado. Felicidades Domingo
Mi más sincera enhorabuena a este magnífico escritor y muchas gracias por dejarnos disfrutar de tu relato.
¡El relato es una maravilla! Enhorabuena a todos los finalistas y al ganador, y a los organizadores de la asociación Primaduroverales por tan exquisito trabajo. Sois geniales.
Muchas gracias a todos vosotros por vuestra amabilidad exquisita y vuestras palabras. Vosotros, todos, sois los auténticos ganadores.
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