Domingo Jiménez Lacaci es un ingeniero de caminos que tiene como afición la literatura. Aunque dice que se siente intimidado ante escritores de verdad, ha demostrado que tiene calidad suficiente para codearse con los mejores, como dejó probado en la VI edición del certamen Madrid Sky al obtener el segundo premio con un relato titulado Cerrado por gestión. Anteriormente fue finalista en el Certamen Internacional Max Aub del año 2015 y en el X Certamen Internacional de Relato Breve sobre Vida Universitaria “Universidad de Córdoba”. En el campo del microrrelato ha llegado a ser finalista mensual en el concurso Relatos en Cadena, de la Cadena Ser (año 2016). También ha hecho sus pinitos en el mundo del teatro al estrenar con éxito una comedia de enredo con el título Pensión Paquita. En este artículo, con personalidad y sentido del humor, nos cuenta cómo fue su primer contacto con la literatura.

Domingo Jiménez Lacaci

CONFESIONES DE UN LAÍSTA

Por Domingo Jiménez Lacaci

Ya no puedo/debo atrasar más el sentarme a escribir estas líneas para Primaduroverales. Y confieso que no he dejado de darle vueltas (me niego a usar el verbo procrastinar entre amigos. Es como usar peluquín y faja con los viejos compis del barrio: somos como somos, pero entre nosotros no fingimos) a este asunto por varios motivos. El primero es que me siento algo intimidado entre escritores de verdad, y porque tengo la íntima sensación de estar entre vosotros como una tomatera en medio de un campo de orquídeas. No porque yo escriba bonito o feo, que eso casi es lo de menos, sino porque mi formación literaria acabó, gracias a las optativas de BUP, hace unos cuarenta años, y con admiración poco disimulada os veo hablar de nombres que no sé si son escritores de moda en Nueva York o delanteros del Liverpool. Otro ejemplo: me ha costado horrores alejarme del laísmo y, aun así, algunas veces retorno a casa. De hecho, el primer trabajo de mis sufridos amigos de letras ha sido que, como con los alcohólicos, yo reconociera ser laísta. Un gran círculo de sillas de tijera ocupadas por maduritos formados en números y ciencias, y yo tomando la palabra en mi primera sesión:

—Hola, me llamo Domingo y soy laísta.

—Hola Domingo, bienvenido —dicen a coro el gran grupo de ingenieros, arquitectos, urólogos y topógrafos.

—Pero es que además soy madrileño.

—Sí, ya veo. Eso hará más difícil que dejes el vicio. En fin, qué le vamos a hacer. Toma asiento y continuemos —dice resignado el terapeuta que dirige. El urólogo sonríe con algo de retranca al verme sentarme incómodo.

El segundo motivo es que tengo una genética que tiende con frecuencia a dejar correr el tiempo, a girar sobre el problema, mirarlo, temerlo, darle un poco con el pie por ver si sigue vivo, saltar asustado al comprobar que no solo está vivo, sino que se ha vuelto más feroz (no, no voy a usar el palabro de marras, me niego en redondo). Vengo de una larga estirpe de observadores de problemas, que estuvimos a punto de emparentar hace unas generaciones con una recia familia de solucionadores, pero por motivos que nadie recuerda, aquel romance no cuajó y no pudimos enriquecer nuestra sangre con el don de la decisión. Una lástima, pero esto es lo que hay, y con estos mimbres me toca hacer este cesto.

¿Un libro que yo leí que me marcó? Esta es la pregunta. Pues he estado haciendo memoria durante los desvelos que Manuel Pozo y su correo electrónico me han producido. Y hay muchos, la mayoría de ellos, yo creo que me marcaron cuando, obviamente, yo estaba propenso a ser marcado, que es cuando estás tiernito, ahí en el horno, a media cocción. Pero casi todos son inconfesables en un foro de escritores. El botones Sacarino, El Príncipe Valiente, Flash Gordon, Los 4 Fantásticos, Hazañas Bélicas, Emilio Salgari. Incluso, mil perdones, algo de Harold Robbins cuando aún no había tomado el control de mi cerebro y era la testosterona la que llevaba el volante mientras al mismo tiempo hacía que me saliera el bigotillo, la voz de grajo y la nuez. De ahí a la Sonrisa Vertical solo hay un paso, pero eso sí que no pienso confesarlo en la primera cita. Lo dicho, una vergüenza. Para contarlo solo entre íntimos.

De esa época de literatura colegial con quince años, recuerdo que don Ángel, un santo varón que nos daba clases en los Agustinos, santo varón porque ahora recordando cómo éramos nos tenía que haber estrangulado a la mitad de la clase, nos mandó leer La Regenta. Yo fui una tarde a Espasa Calpe y volví bastante amedrentado en el autobús con los dos tomos de una edición comentada de tapa blanda. Pero como la Naturaleza es muy de compensar, que da por un lado lo que quita por otro, me hizo tan bien mandao como indeciso, así que me puse a la labor con tesón. Y sucedió algo parecido a un milagro. Aquello que yo esperaba insoportable, me empezó a gustar. Sorprendente, pero cierto. Era como esas medicinas que te daban en jarabe pero que al meterte en la boca, contra todo pronóstico, tenían un delicioso sabor a naranja. El Redoxón, ¿verdad? Pues así sucedió. Que me gustó y mucho. Y para sorpresa del citado don Ángel, y también mía, saqué muy buena nota. Y los años pasaron, y yo me acabé inclinando por los números y las fórmulas, de lo que ya tampoco recuerdo nada, la verdad, y un verano, ya con platita en las sienes, me dio por comprar otro ejemplar de La Regenta en una feria del libro playera. Por recordar el milagro, más bien, pero muy convencido de que aquello que yo recordaba había sido un sarampión de niñez. Pero resultó que no, y me volvió a encantar.

Me volví a Vetusta, y fui de nuevo el cambiante don Fermín de Pas, robusto, colérico, amando con sotana a la bella Ana Ozores, que también lo fui a ratos, travestido y más feote, claro. Bajo la sombrilla de mi mujer fui el galán Álvaro Mesía, fatuo y bello, copulador y cobarde, donjuán barato y esmirriado. Tomando una cerveza en un chiringuito recibí el disparo en la vejiga que iba dirigido al regente Víctor Quintanar. Dios, como dolió, y no me dio en lo mío por milímetros. Tuve que dejar a medias la ración de boquerones. También fui el secundario Pepe Ronzal, al que en Vetusta llamaban Trabuco por sus continuos errores con las palabras intentando hablar fino como en la capital. Tanto lo fui, que hace unos meses, un tipo trajeado que vive en uno de mis relatos, al ver a una mujer que le deja sin habla en la cola de las ensaladas de un bufé, va y dice, el muy tunante: Me trabuqué con la conversación y lamenté después haber balbuceado algo que ni siquiera yo entendí. Y se queda tan pancho, el tío, sin dar las gracias a don Leopoldo Alas. Desagradecido.

Leí también el Quijote, pero confieso que nunca conseguí este idilio que tengo con nuestra Bovary asturiana. Igual que también, otra vez mil perdones, me quedo con La Reina de África sobre Casablanca, y con la inquietante 7ª sobre la popular 5ª Sinfonía de Beethoven. Qué le voy a hacer si soy así de rarito.

La Regenta, mis queridos Primaduroverales, lo tiene todo. Es una Guerra y Paz pequeñita, también llena de gente, de amor y celos; de envidias, celadas y traiciones, de ambición y lujuria, pero sin nieve ni tiros, bueno solo uno, pero podéis pasearla tranquilos que se lo lleva siempre el mismo. Y ojo, sin rusos, que se agradece porque traducidos hablan rarísimo.

Por cierto, don Leopoldo, siempre pensó que había escrito un tostón infumable. Igual que yo cada vez que acabo un relato. Otra afinidad.

Si tenéis un ratito libre, largo, eso sí, no dejéis de visitar Vetusta y su fauna, que nunca defraudan.  Y todo lloviendo, verde y nuestro.

Por PDV

4 comentarios en «Confesiones de un laísta. Domingo Jiménez Lacaci.»
  1. ¡Qué bonita recomendación! E inspiradora… Gracias Domingo por tus confesiones.
    Y no te alejes… ya siempre serás un primaduroveral.

  2. Muy bonita Domingo la crónica de los años de iniciación, de cuando a todos nos sobraban pelusilla y acné mientras el tiempo para La Regenta y para otras maravillas se dilataba, y que ahora añoramos.

  3. Me encanta esta narración, su tono y contenido. La Regenta junto a Fortunata y Jacinta y Pepita Jimenez , son mi referente literario de aquella época del BUP que me atrapó en la literatura. Enhorabuena por tu relato.

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