Por: Juan Santos

Avanza la primavera y en la clase de ayer se percibía el optimismo. Bastaba con mirar las caras que formábamos el mosaico de la pantalla del ordenador. Sin duda, todos estábamos preocupados por la avalancha de inmigrantes en Ceuta y rondando por nuestras cabezas el conflicto palestino, pero teníamos motivos para estar alegres. Todos estamos vacunados con la primera dosis y alguno con la segunda. Y eso anima. Ya se puede viajar y ahora sí, parece que este año podremos disfrutar un poco más del verano.

A parte de esto, teníamos un aliciente más para empezar la clase con entusiasmo, los relatos a priori eran intensos y la tarde prometía.

Como agua en mayo, recibimos el cuento de José Miguel que, como los buenos artistas, sólo da un par de conciertos al año. Atendiendo al ejercicio de los símbolos, nos leyó su relato titulado Niebla. Con este fenómeno meteorológico, que aparece y desaparece, nos sumerge en la tristeza que siente el protagonista recordando a su pareja desaparecida, tal vez en un acantilado. Cada vez que vuelve al pueblo de la costa, revive los buenos momentos que ahora son amargos como la seguirilla de Carmen Linares. La belleza de Annette se asoma a la ventana como la muchacha de Dalí. Para dar más profundidad al relato, nos presenta a Fina y al Chino, pareja de amigos que han perdido a sus dos hijos, con los que comparte pena. El vacío que deja la muerte queda magníficamente reflejado en este relato. La conclusión de todos fue unánime ¿Por qué no escribes más, José Miguel?

“Al poco de llegar, ya en la casa, observo a Annette apoyada en el borde de un balcón, mirando o adivinando, a lo lejos, una capa de niebla que lo cubre casi todo. Su figura me recuerda, inevitablemente, a la muchacha que está pintada en un cuadro del museo de Figueras. Me pego a ella por detrás mientras la rodeo por la cintura con uno de mis brazos y con la otra mano le echo el pelo a un lado para poner mis labios en su nuca. Si existe el paraíso, debe ser esto. Si pudiera parar el tiempo y el espacio lo haría y no quedaría nada más que perseguir. Aquí está todo.”

Nos quedaba otro relato similar, en cuanto a los símbolos literarios y el vacío de la muerte como trasfondo. En este segundo caso, con un final diferente que luego comentaré. Porque siguiendo un orden cronológico,  cambiamos el chip para leer la carta-relato de Dolores Gil. Una carta continuación de otra anterior enviada a una hermana vitelina, separada por el tiempo. En estos párrafos, Lola se explaya con su buena prosa, para hablarnos de las nuevas tecnologías y progresos médicos del futuro. Todo queda muy gráfico y muy bien puesto, si forma parte de una novela y en capítulos siguientes, aparecen los conflictos y soluciones que vislumbran solo al final de la carta. Como Lola no estuvo conectada, no supimos sus propósitos referentes a la continuidad.

“Convivimos humanos con hombres-ciborg, hombres-biónicos o híbridos-humanos: éstos contienen dispositivos cibernéticos integrados en el interior de sus cuerpos, o implantes externos, como piernas o brazos artificiales articulados (biónicos), que han sido perdidos por patologías o accidentes; son conectados al cerebro, mediante un sistema complejo. Los autómatas o robots o androides (auxiliares y dependientes del hombre). Los hay de muchas gamas y materiales: robótica blanda (biodegradables), o rígida. Y luego están los hombresmáquina o humanoides: de inteligencia artificial, totalmente independientes del humano (son muy peligrosos).”

Tras unos minutos de descanso, retomamos la clase con Susana de la Higuera. Las naranjas ya no saben igual. El inicio ya nos atrapó y no sólo por el título, sino por el primer párrafo que ya apuntaba maneras. El soliloquio en primera persona con un marido fallecido poco tiempo atrás es una delicia. El recuerdo de unas sabrosas naranjas, la presencia de la máquina Olivetti obsoleta y el merodeo de una gatita por la casa, son los símbolos que enriquecen este magnífico relato, donde la soledad y el vacío dan paso a la superación, apuntándose a las clases de Tai-Chi. Escrito con sencillez, Susana nos dejó este magnífico regalo.

“Delante de la Olivetti, introduzco una hoja en el rodillo y poso los dedos sobre el teclado. Cierro los ojos, respiro lentamente y permito que me colme esa serenidad y plenitud. Después, dejo que mis dedos cobren vida propia. L-O-R-E-N-Z-O… las primeras letras… Las teclas zapatean en una danza vívida e insinuante. Cuando, al fin, mis dedos se quedan quietos, apaciguo mi turbación y, emocionada, retiro la hoja. Mis ojos anhelantes buscan el viejo latido de su aliento, pero solo encuentran una cara blanca llena de arrugas y cicatrices. La cinta de tinta está seca, como las naranjas.”

El tiempo restante, lo ocupamos para comentar el relato de Rodolfo Walsh titulado Esa mujer.

Un coronel tiene el cadáver de una mujer embalsamado y es entrevistado por un periodista que quiere saber dónde está el cuerpo. El coronel que es perro viejo, entre vaso y vaso de wiski, da largar y maneja la situación a su comodidad sin soltar prensa. El entrevistador le ofrece mucho dinero por la información, pero no lo consigue porque dice que el cadáver es suyo. Escrito en primera persona. Por su ingenuidad, más que el narrador, destacan los diálogos y las descripciones. El relato es un verdadero manifiesto de adoración a la muerte. En palabras de Pura, es un puñal de lo bien escrito que está. Saber de antemano que el cuerpo de “Esa mujer” corresponde al de Evita Perón, da más dramatismo al relato.

“Él bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.

—Esos papeles —dice.

Lo miro.

—Esa mujer, coronel.

Sonríe.

—Todo se encadena —filosofa.

A un potiche de porcelana de Viena le falta una esquirla en la base. Una lámpara de cristal está rajada. El coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.

—La pusieron en el palier. Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos roñosos.”

Como es evidente, fue una tarde intensa de lecturas y comentarios. No exagero. Tal vez me haya quedado corto.

Por PDV

6 comentarios en «Brumas, robots y una máquina de escribir»
  1. Gracias por esta maravilla. Abruma la calidad de estas crónicas, que ya forman parte de todo un nuevo género literario: ¡las crónicas de los talleres de Primaduroverales!

  2. Muchas gracias por tu más que estupenda crónica, Juan. Nos has hecho llegar el olor a esas naranjas recién exprimidas de Susana, la niebla del cuento de José Miguel, las cartas de Dolores y hasta la bruma en los ojos del coronel. Gracias.

  3. Juan, como dice Paco es una crónica llena de sabiduría manchega
    El nuevo género literario que has inventado Susana qué bueno!!!
    Gracias, Juan

  4. A través de Juan se muestra el estilo literario y genuino de la Mancha manchega. Contentos han de estar los compañeros. Da gusto leer a Juan en la crónica.
    Y todas las demás, no me cansaré de ponderarlo.

  5. Cómo fluye la crónica, Juan. Me recuerdas a esos jugadores de curling que van barriendo el hielo delante de la piedra: a veces frotas con énfasis para que acelere enérgica y otras apenas frotas para que resbale con suavidad. ¡Enhorabuena!

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