Jesús Tíscar Jandra fue el ganador del tercer premio de la VI edición del certamen Madrid Sky, en el año 2019, con el relato Escena sobre la persistencia de las luces. Como otros finalistas del certamen fue entrevistado en nuestro blog. En esta entrada Jesús Tíscar nos cuenta algo más sobre su particular visión de la literatura.

Acarreando un cántaro

Jesús Tíscar Jandra

Paco UmbralLa primera novela española literariamente seria que compré y leí fue El fulgor de África, de Francisco Umbral. Mi evolución lectora había sido: etiquetas de las botellas de vino Sinforoso y Tres Pistolas (presumía en la mesa de saber lo que decían, insistentemente), tebeos de la colección Olé (sobre todo Rompetechos, mi héroe, yo también tenía gafas), novelitas quiosqueras de la colección Terror (más Bruguera, esa editorial hizo mucho por muchos), El resplandor, de Stephen King (los Jet de Plaza & Janés, gorda, a la película de Kubrick no pude entrar, por menor, la compré en un puesto de chanclas y flotadores de una playa alicantina) y, por último, eso, El fulgor de África, adquirida en un cortinglés de los que había en todas partes menos en mi ciudad, aunque ya mismo lo iban a poner, ya mismico, verás como sí… Yo tenía veintipocos años y con Umbral —un tío también con gafas y voz acojonante que todavía, por fortuna, no había dicho lo de «yo he venido aquí a hablar de mi libro», que es por lo que los imbéciles lo conocen— rompí la promesa que durante la infancia y por culpa de los libros de Senda de la escuela me había hecho a mí mismo: nunca leería literatura española, nunca leería a esos tostones que se llamaban Marqués de Santillana, Valle-Inclán y Dámaso Alonso (este último, por cierto, era el que más ridículo quedaba con los pendientes y los bigotes y los pelos tiesos que le añadíamos a aquellas fotos marronáceas que ilustraban sus biografías resumidas), yo estaba muy a gusto y me divertía muchísimo leyendo a los estadounidenses, o sea a los novelistas de verdad: Peter Straub, Ramsey Campbell, Robert Bloch, el ya mencionado King y hasta a un tal George R. R. Martin, quien, a principios de los ochenta y aún sin tronos, escribió una maravilla titulada Sueño del Fevre, sobre vampiros en tiempos de los vapores que surcaban el Misisipi, y que publicó en español Grijalbo, una editorial que no distribuía en Jaén, así que tuve que pedirla a la casa, porque entonces las cosas se pedían a la casa, no a Amazon, ¿sabes, chiquillo?, a la casa. Yo sólo leía terror y escribía terror; las novelas de terror, entre otras cosas, me enseñaron a tildar sólo cuando se puede sustituir por solamente y no hay RAE que me lo cambie. Al igual que hoy no concibo el teatro sin el esperpento (todo lo que no sea teatro del esperpento es comedieta de sofá o tostonazo simbolista para espectadores que se planchan los calzoncillos, hay que mantener alguna que otra convicción radical, si no, estás perdido en la tibieza), yo no concebía la lectura y la escritura sin el género de terror. Sin embargo, y de pronto, El fulgor de África. ¿Por qué? No tengo ni idea, o no me acuerdo. Fue un rito de paso espontáneo, o algo así. Me gustó que en la sinopsis nombraran a una tal tía Algadefina. No sé qué fue. La portada de Seix Barral, desde luego, no: una pava antigua y exótica acarreando un cántaro entre arcos. El caso es que, a escondidas, muerto de vergüenza, muy nervioso, me fui con el libro a la caja y lo compré. (¿Que si alguna vez he robado un libro? No, yo no soy un mierda, siempre me ha sobrado el dinero y no he tenido la necesidad de ser un mierda). Y me encerré a leerlo, en principio desde lejos, desde muy lejos, como con aprensión, pero poco a poco me iba acercando, confiado, sin darme cuenta, y, cuando desperté, ya tenía en mi estantería, con los de terror, intercalados, Travesía de Madrid, El Giocondo, Los cuadernos de Luis Vives, Mortal y rosa, Nada en el domingo, La forja de un ladrón, Memorias de un niño de derechas… Etcétera. No todo el etcétera, porque eso es imposible (¿para cuándo las obras completas, cojones?), pero sí mucho del etcétera umbraliano que ha elevado a los arribotes la literatura española contemporánea. Puedo decir, porque es la verdad, que Francisco Umbral me reconcilió con los libros de Senda, ya irrecuperables, me apartó de las traducciones de los terroríficos (no todas buenas), me acercó a la opinión de los periódicos y me llevó a Cela, a Delibes, a Marsé, a Mendoza, a Vázquez Montalbán, a Carmen Laforet, a Aldecoa y a los puntos suspensivos de casi todas las hornadas, latinoamericanos también, latinoamericanos por supuesto. A los clásicos no, ¿ves tú? Los clásicos me aburren, como la mayoría de los poetas; con ellos no he experimentado mudanza alguna. A Umbral, claro, tal y como él decía que tenía que hacer un escritor que empieza, lo plagié estilísticamente en una novela corta que me publicó la Diputación de Jaén en el noventa y pocos, Vía Crucis (relato de una noche perdida), creo que aún quedan ejemplares amontonados en el depósito, y a partir del maestro me hice mi estilo. Porque Francisco Umbral es alta prosa viva —con gusto, olfato, tacto, oído, vista y más— y genericidio literario. O sea, lo mejor para comenzar y aprender en este oficio del que absolutamente todo el mundo sabe mucho. Y lo ejerce. Los domingos. Con natillas.

Jesús Tíscar Jandra ha ganado dos de los premios de novela más importantes de este país: el premio de novela negra «Ciudad de Getafe» con La japonesa calva (Edaf), y el premio de Novela «Felipe Trigo» con La Poetisa (Algaida). También ha publicado Memorias de un gusano y un libro con tres novelas cortas publicado por el Grupo Tierra Trivium, Yo, señor, no soy malo.

Ha ganado numerosos certámenes de relatos, y quince de sus relatos premiados están recogidos en el libro La camarera que me escupía en los chupitos de whisky.

 

Si quieres saber más sobre Jesús Tiscar:

https://jesustiscar.wixsite.com/escritor/blank-cee5

Por PDV

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